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Son las nueve de la noche y empiezan a caer gotas de lluvia en una noche oscura. Hace escasos minutos que ha terminado la manifestación y camino hacia el Polígono entre pequeños grupos de gente, algunos con banderas enrolladas hablando de cosas triviales y otros aprietan el paso con evidentes ganas de llegar a casa. Han pasado menos de dos horas desde que comenzó la concentración convocada en Maó por los sindicatos y mis neuronas van procesando lo que ha ocurrido entre las plazas Explanada y Miranda. Me arrepiento de haber dejado el coche en el Diario; que las protestas ya no son lo que eran; y que el Gobierno de ZP ha triunfado allí donde han fracasado todos los ayuntamientos (el centro de la ciudad estaba vivo más allá de la actvidad comercial).

Rebobinemos. A las siete de la tarde decido unirme a la manifestación. Voy a esperar la anunciada caravana de coches que viene de Ciutadella. Primer chasco. En el Polideportivo (punto de encuentro oficial) no hay nadie más que los habituales. ¿Es demasiado pronto o tarde? Decido ir directamente a la Explanada. Sorteo el intenso tráfico de esta hora punta. Transito por Vasallo y al llegar a la liliputiense rotonda que regula la circulación con Josep Maria Quadrado le pregunto a un municipal por la caravana de coches. "Por aquí no han pasado, pero la plaza está animada". Pues allí voy.

Los manifestantes ya son visibles, aunque sin aglomeraciones. Banderas rojas al viento, pancartas, pitidos agudos... Los policías locales y nacionales intentan pasar inadvertidos. Entre la gente distingo a mucho veterano de pancarta y curtido en mil batallas rodeados de noveles bulliciosos pero tampoco sin grandes excesos. Casi simultáneamente me ofrecen dos banderas de diferentes sindicatos, silbatos y pegatinas. Cara de poker. Alguien me reconoce y me suelta: "¿Te manifiestas o trabajas?" Le sonrío y le pregunto cómo le van las cosas.

Poco antes de las siete y media una algarabía acompañada de bocinazos anuncia que llegan los coches con los compañeros y compañeras de los otros pueblos. Aplausos. ¿Dónde aparcaron finalmente?

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Paseo arriba y abajo hasta que alguien dice: "Nos vamos". Son las 19.45 horas. La gente se organiza por sindicatos, amistades, o, como yo, donde le place. Me quedo en la cola porque la serpiente multicolor hace un giro para enfilar hacia Josep Anselm Clavé. La marcha es a ritmo pausado y tranquila. Desde mi posición los protagonistas son los pitos y el ondear de banderas ("perdón por el golpe, no le había visto"). Al pasar por el bar Can Joan unos estiran el cuello para atisbar en la televisión qué hace el Barça.

La marcha avanza. Es Cós y Sant Jordi. Los ánimos se calientan frente a la sede del PP. En Sa Costa de sa Plaça avanzo posiciones y me coloco en la mitad de la "mani". ¿Y los eslóganes? No los oigo o no se corean en la zona en la que estoy (qué fue de aquellos versos como el "Felipe felipito al paro tu solito"). Eso sí me sorprende la energía de un niño que grita "...la fuerza de UGT".

La gente camina, habla de lo mal que está su centro de trabajo, algunos miran los escaparates y otros van en silencio. Los pitidos son la banda sonora. Es Carrer Nou, Anuncivay y enfilamos hacia la plaza Miranda. Son las 20.23. La gente se distribuye ordenadamente en torno a la tarima de los oradores. Javier Tejero aguarda discretamente fuera de la Delegación Insular, pero el personal "pasa".

Ramon de Comisiones ejerce de anfitrión y da indicaciones de como hay que colocarse. Además tras su arenga casi sale a hombros de la plaza. A las 21.45 la cosa acaba y las sensaciones son dispares. "Hay que seguir presionado", "Servirá de poco, pero al menos aquí estamos", "Que se enteren de lo que piensa el pueblo"... y en esto que uno me pregunta: "Saps què ha fet el Barça? Le digo que no, mientras pongo rumbo a POIMA. Miro el cielo amenazador y me acuerdo de mi coche.

(Crónica de la manifestación del 29-S celebrada en Maó)