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Con el título «Guardia Civil, herida» escribí recientemente una reflexión en la prensa de Menorca. Se está construyendo una cárcel en el mismo patio de su Casa Cuartel de Mahón. Asumiendo que hay que repartirlas por el territorio patrio, no me cabe en la cabeza que para evitar quejas en la opinión publica, se decidiese con aires de nocturnidad y alevosía, ubicarla en un solar destinado a la Agrupación de Tráfico, inmediato al acuartelamiento. Yo pedía que en el Plan General de Ordenación Urbana de la capital menorquina, que está en fase de aprobación, se reservase inmediatamente otro espacio para Casa Cuartel y se asignasen las dependencias actuales a la Dirección General de Prisiones para sus futuros funcionarios. No se ha hecho. Sólo se ha pintado de amarillo el Cuartel y plantado una masa forestal para disimular la llaga de cemento de la prisión, inmediata además, a una concurridísima carretera. Las masas forestales no suelen casar con las medidas de seguridad. Ya veremos como acaban. Pero de amarillo o de verde, las ventanas de los Guardias, dan directamente a las celdas. Como en otros muchos casos, se ha abusado de la disciplina del Benemérito Cuerpo y confundido su silencio con la sumisión.

La Guardia Civil lleva el concepto de disciplina en sus genes desde su creación.

Nacida del Ejército en 1844, ya su fundador el general Duque de Ahumada, sus primeros Oficiales , Suboficiales y Guardias eran seleccionados por su veteranía y sus cualidades profesionales. Eran aquellos «soldados viejos» que aportaban experiencia, buen oficio de las armas, espíritu de servicio constatado y valor acreditado. Los ciudadanos que eligen voluntariamente entrar en el Cuerpo saben esto y por supuesto, nadie les ha prohibido elegir otros modelos policiales.

El sábado día 18, unos miles de ellos y de sus familias se manifestaron en Madrid en una mezcla de reivindicaciones justas, impulsos sindicales de variado río revuelto, protagonismos personales, sin descartar ciertos impulsos políticos decididamente volcados en debilitar el poder del Estado, muy especialmente en la lucha contra el terrorismo, en la que la Guardia Civil es esfuerzo, sacrificio, látigo y eficacia. Digámoslo claro: eficacia muy superior a la de otros Cuerpos nacionales y autonómicos, que gozan de ventajas sindicales y remunerativas. Y ahí esta el corazón del problema. Una falta de visión de nuestra clase política, que confunde silencio con sumisión, disciplina y eficacia con ausencia de necesidades materiales y familiares. Una clase que sólo reacciona con la presión, el favor político o sencillamente con la calle y su repercusión mediática. Por esto recurrieron a la calle algunos de nuestros Guardias. ¡Y bien que nos duele, ver a miembros de un Cuerpo que admiramos, manifestándose así! ¡Cómo les duele a muchos de sus compañeros y a sus familias! Y que no se apunten méritos otras formaciones políticas alejadas hoy de las responsabilidades de gobierno. Viví hace unos años un atentado de ETA en Leiza un pueblo del norte de Navarra lindante con el País Vasco. Visité su Casa Cuartel días después como Capitán General de la Región Pirenaica que incluía la zona y sufrí una fuerte decepción. Aquellos hombres y sus familias, en primera línea de fuego de la lucha antiterrorista, no tenían ni cámaras de seguridad, ni cristales blindados, ni una zona despejada alrededor del cuartel. Sacaban fotocopias en un comercio próximo. Ninguna de las instalaciones del Ejército de entonces vivía con estas carencias. Escribí al Director General de turno, ofreciéndole incluso el apoyo de nuestra Comandancia de Obras y de nuestros especialistas para mejorar aquellas instalaciones. Ni me contestó. Repito: ni me contestó. Era otro que había confundido la disciplina con la sumisión. Sus problemas eran diferentes a los de sus Guardias: comprar vehículos y decidir con amiguismo político las subastas de material y equipo sin llegar –creo– a las hazañas de otro antecesor suyo que confundió las cuentas para construcciones de Casas Cuartel y los Patronatos de Huérfanos, con su propia cuenta corriente.

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Todo esto confluye. Se les ha venido hiriendo reiteradamente, cuando ellos y sus familias –no olvidemos nunca el núcleo familiar que arropa las difíciles horas de disponibilidad todo tiempo, todo lugar– han dado lo mejor de sí mismos.

Pero que no les hablen de miedo a los Guardias Civiles en proclamas y pancartas. Si hay algo en lo que no han caído, ha sido en el miedo. ¿De qué miedo hablaban los organizadores? ¿Tenías miedo Pedro Muñoz Gil en Inchaurrondo? ¿Miedo, Paco Peña?¿Miedo los que os dejáis la piel en el sur de Francia, meses y meses, noche tras noche, observando, siguiendo, infiltrando, deduciendo, investigando, arriesgando. ¡Cuántas horas, cuántos esfuerzos os ha costado la detención de un comando! ¡Claro que habéis superado el miedo!

Desde luego, la Guardia Civil recibe y ha recibido heridas. Pero en su hoja de servicios, tras reseñarlas, consta claramente «valor acreditado». La mayoría de los españoles lo tenemos bien grabado en nuestras mentes y lo valoramos enormemente. Pero sigue habiendo gente que confunde disciplina con sumisión, en claro abuso de poder.

¡Aunque sea por egoísmo, aunque sea por retener este poder, no sigan hiriendo a la Guardia Civil, confundiendo disciplina con sumisión!

Artículo publicado en "La Razón"