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No ha salido en las fotos, pero, Marie Jana Korbelova, hija de un diplomático checoslovaco, nacida en Praga en 1937, emigrada a Estados Unidos con sus padres en 1948, cuando el Partido Comunista alcanzó el poder en Checoslovaquia, y que adoptó posteriormente el nombre de Madeleine Albright al casarse en 1957 con el periodista Joseph Albright, estaba en Lisboa.

Tenia 12 años cuando el 4 de Abril de 1949 los firmantes del tratado de Washington aprobaron aquel documento cuyo articulo quinto sigue diciendo: «Las partes convienen que un ataque contra una o más de ellas que tenga lugar en Europa o en América del Norte será considerado como un ataque dirigido contra todas las partes, y en consecuencia, en ejercicio del derecho de legitima defensa reconocido en el articulo 51 de la Carta de Naciones Unidas, ayudará a la parte atacada incluso con el empleo de fuerza armada». Por edad, quizá era la única testigo de aquel tiempo. Ninguno de los líderes de los 28 países que forman la Alianza ni ninguno de los invitados presentes había nacido en 1949.

Tras su paso por la Secretaría de Estado, a principios de este año, recibió el encargo de renovar el Concepto Estratégico, aprobado en su ultima versión en 1999 dos años antes del

11-S, cuando la OTAN estaba formada por 18 países.

El documento, aprobado estos días con algunas de las habituales reservas Nato secret, había sido trabajado concienzudamente por un equipo de expertos entre los que se encuentra nuestro embajador Jaime Perpiñá, y era bien conocido en cancillerías y círculos de seguridad. Por supuesto, ratifica el enunciado del articulo quinto citado, pero me alegra que recuerde al anterior que expresa el deseo de «un uso más creativo y regular de las consultas políticas y diplomáticas».

El Tratado de Washington se firmó cuando solo habían pasado cuatro años desde el final de la segunda guerra mundial y ya entre los vencedores se abría la profunda falla ideológica que se intentó proteger con un rígido telón de acero.

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Por supuesto el mundo ha cambiado y los problemas son otros. La Checoslovaquia de Albright esta dividida en dos estados. La Yugoslavia de Tito, en seis o siete. Pero muchos de estos países ya forman parte de la Alianza como leales asociados. Y en el proyecto debatido estos días del sistema de defensa antimisiles ofrecen su territorio y sus medios.

Quedaban por recomponer las relaciones con Rusia abiertas en 1997 por Javier Solana al crear el Consejo OTAN-Rusia y desvanecidas en el verano del 2008 tras la invasión rusa de Georgia. Mérito indiscutible del secretario general, Anders Fog Rasmussen, ha sido el de escuchar a Albright -e imagino que también a Angela Merkel- e invitar personalmente en Moscú, a primeros de mes, al presidente Dmitri Medvédev para que se sentase con peso especifico indiscutible en la mesa de la cumbre de Lisboa. Rusia forma parte importante del sistema de seguridad global, y es esencial en el diseño de las políticas de seguridad para Afganistán. Siempre he mantenido que la solución afgana pasa necesariamente por Moscú. Y esta Rusia no quiere ser comparada ni con Letonia ni con Luxemburgo. Es la heredera de un imperio. Sus actuales zares no son de sangre azul, pero llevan en las venas el orgullo de gran potencia.

Por supuesto, con Hamid Karzai delante, se ha hablado de Afganistán. Conscientes de que los talibanes piensan que «los relojes son vuestros, los tiempos nuestros», se ha evitado hablar de plazos precisos. Si se ha firmado un acuerdo de asociación OTAN-Afganistán, y el compromiso de formar hasta 360.000 agentes de policía y militares antes del 2014 a partir de los deficientes 230.000 de hoy. Si se han oficializado ciertos repliegues escalonados. Hay que tranquilizar a determinadas opiniones públicas

«Nueva era de cooperación». «Nuevo comienzo». «Fuentes de tensión convertidas en fuentes de cooperación». «Tercera generación de operaciones de la Alianza, tras las de la guerra fría y la de los Balcanes». Me duele que se pelee poco por salvar el Cuartel General de Retamares cuando manifestamos nuestra preocupación por el flanco mediterráneo.

Mientras, 150.000 soldados de un montón de países, entre ellos España, siguen día a día luchando por transformar un Afganistán medieval en un Estado gobernable. Más de 2.000 han muerto desde el 2001. Solo esperamos que su sacrificio no haya sido inútil. He echado de menos un reconocimiento público a su labor. También deseamos, sin poder cuantificar con garantía el número de muertos «del otro lado de la colina», que la victoria se cimiente sobre una paz real, que respete vidas y costumbres de los otros. Espero que detrás el sello Nato secret se perfilen suficientes movimientos de inteligencia, de respeto a los derechos humanos, de generosidad y de sentido común que permitan diseñarla, sin prisa, pero sin pausa.

En Lisboa, junto a líderes mundiales estaba Madeleine Albright. Pero también estábamos todos nosotros y parte importante del futuro de nuestros hijos.

Artículo publicado en "El Periódico de Catalunya"