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No es extraño que un cierto desánimo se extienda entre los responsables del Sporting Mahonés cuando advierten el interés menor que despierta el equipo a pesar de su todavía reciente ascenso a la Segunda División B.

Casi 20 años asistiendo al declive ininterrumpido de la Tercera División presumían que el regreso del primer club de fútbol de la Isla a la categoría superior iba a rescatar del sofá a los futboleros de toda la vida, que los hay y son muchos en Menorca.

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Pero la coyuntura actual ha saboteado el entusiasmo liderado por Paco Segarra y su cohorte de directivos, amenazando su continuidad. La manida crisis, la abundante oferta de ocio y, fundamentalmente, la cohabitabilidad obligada con el Menorca Bàsquet en la misma ciudad y en una categoría, la ACB, que no se puede comparar con ninguna otra manifestación social o deportiva de la Isla, han sido los aguijones que han inyectado desazón en el proyecto sportinguista.

Con 500 socios mal contados y una afluencia que no alcanza esta cifra, la subsistencia en la Segunda División B se antoja una utopía en el momento en que Segarra deje de recurrir a su propio pecunio para soportar el proyecto.

Sería muy triste, lamentable, que después de haber tenido la inmensa fortuna de disfrutar de dos mecenas consecutivos –Antonio Gomila y el propio Paco Segarra–, y haber conseguido el ascenso a Segunda División B, el club regresara a su precaria situación anterior tras la marcha del segundo a final de temporada. La puesta en marcha, al fin, del fútbol base de la entidad, y la construcción del nuevo campo, que un día u otro se acabará haciendo, serían el legado de estos años de bonanza, que en todo caso merecerían un mayor reconocimiento de la afición.