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Nada excepcional ocurre con la trayectoria del Menorca Bàsquet en la temporada de su retorno a la Liga ACB. Los más optimistas, incluso, habrían firmado en blanco que el dígito '3' apareciera en la casilla de triunfos después de nueve jornadas.

Ese crédito ha sido la tarjeta de presentación idónea para encarar una campaña especialmente exigente que lo es todavía más a tenor de la modestia que desprende la plantilla de Paco Olmos. Por ello, la maniobra inevitable de aproximación a la zona de descenso es una consecuencia lógica y como tal debe entenderse por la afición. El equipo está donde debe estar y ese es y será su habitat natural a lo largo del campeonato salvo sorpresa, hoy por hoy, muy improbable.

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Ganar al menos tres de los cuatro partidos que aguardan en Maó se antoja de una necesidad obvia considerando el calendario de la segunda vuelta que le corresponde. Y el Menorca puede conseguirlo.

Otra cosa es que existan indicadores que sí son preocupantes más allá del descenso de peldaños en la clasificación. La constatación de la inmadurez del segundo base disponible para la Liga, Micki Servera, sorprendentemente reconocida por el propio Olmos, y las escasas prestaciones de Limonad que no da lo que tiene que dar en ataque.