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Cuando una circunstancia más o menos imprevista altera una programación entusiasta se dice en catalán que "el plat bonic s'ha trencat". Aplicado al enésimo escándalo de dopaje en el deporte español de élite las dudas comienzan a romper ya no los platos más ornamentados de la vajilla nacional, sino que las sospechas, por inevitables, despiertan una confusión que nubla el estado triunfal en el que nos hallamos.

Marta Domínguez, icono del atletismo español, campeona del mundo de los 3.000 metros obstáculos, de imagen esforzada y combativa que evoca a la de su paisano palentino, aquel recordado Mariano Haro, fondista de los 70, aparece en el epicentro de esta trama oscura. Tenencia y tráfico de sustancias dopantes con ánimo de lucro, según dezlizaba ayer 'El País' apuntan a la culpabilidad de la mejor atleta española de todos los tiempos, y a la de otros atletas de primer nivel, aunque les asista la presunción de inocencia.

Más allá de los pirineos este nuevo brote corrupto da pábulo a las sospechas insinuadas desde hace años sobre la laxitud que impera en nuestro país en la lucha contra el dopaje. Alberto Contador, emperador del Tour de Francia, parece hoy más culpable que ayer tras esta nueva criba si la UCI no atiende sus alegaciones. Johan Mueleg, Gurpegi, 'Chaba' Jiménez, Igor Astarloa, Roberto Heras, Alejandro Valverde, Marga Fullana… todos ellos campeones y todos ellos condenados en su día por incurrir en este engaño que ensucia todos los valores de la práctica deportiva. En Francia, incluso, se ha llegado a relacionar a Rafa Nadal o Pau Gasol con el dopaje en insinuaciones sin fundamento. Es la manera de torpedear desde el país vecino la admiración, no exenta de envidia, que provoca el ciclo más extraordinario del deporte español a lo largo de la historia. Sin embargo, este ciclo está dejando demasiado rastro de sospechas.

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Resulta cruel y perverso que la mentira de algunos deportistas, médicos o allegados sin escrúpulos sabotee la pureza de los otros hasta permitir que se cuestionen los resultados globales que han situado a España en la vanguardia mundial del deporte. Pero no es menos cierto que la única manera de fulminar la duda pasa porque el Gobierno endurezca la lucha contra el doping y su legislación.

España no está detrás del telón de acero ni es un país que precise de la fama de sus deportistas para enaltecer regímenes dictatoriales como sucedía con los del bloque del Este o China en plena guerra fría, cuyos propios gobiernos alentaban cualquier artimaña que se tradujera en medallas.

En el territorio nacional hay método de trabajo, instalaciones y centros de alto rendimiento para rentabilizar el talento desde los programas que arrancaron antes de Barcelona'92. A partir de ahí, llegar antes a la meta tiene que depender del esfuerzo personal. Sólo de eso.