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Aunque sólo sea por su perseverancia, por la contumacia con la que exponen sus argumentos, los responsables directivos y ejecutivos del Menorca Bàsquet merecen una respuesta positiva o, cuanto menos, un reconocimiento a su esfuerzo. Y es que su cruzada contra los elementos que marcan la implacable recesión económica con el fin de relativizarla y convencer a los menorquines de las prebendas individuales y generales que incorporan la compra de acciones en la ampliación de capital es todo un ejercicio de moral. Esas ventajas son ciertas, quizás intangibles, pero reales porque como apuntaba Francisco Domínguez, gerente del Menorca en un artículo días atrás. La presencia de este club en la ACB sitúa a la Isla en el mapa y representa un orgullo patrio indiscutible por el mérito fantástico de equipararse con ciudades y entidades con las que sería imposible alternar en cualquier otro orden.

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El momento coyuntural sabotea el recurso obligado que arbitró el consejo de administración para dar viabilidad al proyecto de la Sociedad Anónima Deportiva en la ACB. No existen cifras concretas servidas por la entidad, pero resulta sencillo concluir que el ritmo de adquisición no responde, ni con mucho, a las necesidades perentorias con que se aprobó esta ampliación por valor de 2,5 millones de euros. "Yo ya compré cuando hicieron la conversión y nos obligaron si queríamos mantener el carnet de socio pero ahora no puedo", suele ser el comentario habitual entre los aficionados. Una postura lícita que, en todo caso, contribuye a cuestionar seriamente el status del club en la primera liga europea.

La solución está en que cada uno realice el mayor esfuerzo que su pecunio le permita, aunque esta suma nunca se acercará a la perseguida. Está claro que debe ser la clase empresarial, tan cuidada por el club últimamente, la que dé el paso adelante. De otro modo, la ampliación caminará hacia el fracaso como ha sucedido en otras entidades de esta Liga cuya subsistencia es inexplicable.