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La semana del anuncio más esperado por el sportinguismo ha coincidido, lamentablemente, con el desplome del equipo en el terreno de juego y otro efecto colateral más a causa de la falta de liquidez en la entidad que preside Paco Segarra. El impago de los alquileres en las viviendas de los jugadores ya le ha originado la pérdida de una demanda judicial a la que pueden seguir otras mientras persisten los atrasos en las nóminas de la plantilla aunque el mandatario catalán haya comprometido su palabra para que al término de la temporada la deuda quede saldada.

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La coyuntura, por tanto, no ofrece más datos para el positivismo que la inminente construcción de un campo adecuado a los nuevos tiempos que compensará, por fin, el agravio comparativo en el que incurría el ayuntamiento de Maó con el club que más ha paseado su nombre en el ámbito balear y nacional los últimos 20 años.

Esta necesaria infraestructura para el sportinguismo ahora que su fútbol base tiende a consolidarse tropieza, sin embargo, con el devenir del primer equipo. La pérdida progresiva de jugadores, algunas por bajas voluntarias y otras por sucesivas lesiones, y aunque sea de manera inconsciente, quizás, ese mismo retraso en el cobro de las mensualidades pendientes, han deteriorado la química del grupo y, por tanto, puesto en entredicho el papel de su entrenador, Joan Esteva, artífice directo del ascenso y la permanencia en esta categoría. Seis derrotas consecutivas -seis-, la última sonrojante frente al desahuciado colista en Maó por un resultado escandaloso (0-3) han encendido obligatoriamente todas las alarmas. No puede descender el Sporting por deméritos deportivos a causa de un derrumbe como el que mal soporta en los dos últimos meses. Lo sabe Segarra, sus históricos directivos y la afición escasa pero fiel que ahora vuelve a soñar con crecer en número a partir de un nuevo campo moderno y cómodo. Sería triste inaugurarlo en Tercera.