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A pesar de de los recientes tristes sucesos de los Altos del Golán, se puede decir que en Medio Oriente se viven momentos de calma. De tensa calma según dicen los que viven en la zona: más de dos mil corresponsales de prensa y televisión en Jerusalén, embajadas, consulados generales, órdenes religiosas, organizaciones internacionales, observatorios de paz… La tensión existe, incluso alguien puede desear aumentarla, pero la oficina de turismo va viento en popa con tanto residente y con la permanente afluencia de fieles a los Santos Lugares. Esperanzadora calma para quienes trabajan y quieren que el conflicto que enfrenta desde hace décadas a israelíes y palestinos se solucione. La mera cita de Obama, de los limites de antes y después de la guerra de 1967 ya ha levantado ampollas. El Presidente norteamericano por aquellas fechas de la Guerra de los Seis Dias, no podía ser consciente de lo que se encontraría un día. Remontarse a la Historia es necesario, es crucial en muchos casos, pero aquella Historia es tan enrevesada que puede complicarlo todo. Son tan fuertes los sentimientos, que nublan cualquier razón lógica. Porque la realidad es otra. Israel mantiene inflexible la mano de hierro de su Ejército en el control del territorio. Si hacen falta controles en las carreteras, controles; si hacen falta muros de hormigón de nueve metros, muros; si hacen falta alambradas, alambradas. Entrar o salir de Gaza por el puesto fronterizo de Erez puede llevar una hora de interrogatorios, trámites y explicaciones. La resignación y el desprecio al tiempo perdido son las únicas armas que puede llevar uno para sobrellevarlo. Las otras –las «uzi» del Ejército– están presentes en todo el decorado. Un pasaporte con sellos de entrada en Kuwait, en Iraq, en Siria o en Afganistán que pueda llevar un militar español que en los últimos años haya seguido las vicisitudes de su Ejército, levanta enormes sospechas por mucho que certifique su personalidad. Todo lo que signifique trato con el «enemigo» entraña sospecha. Los experimentados aconsejan «perder» el pasaporte y entrar en la zona con otro «virgen», sin referencias. ¡También es triste en 2011 recurrir a estas prácticas! Pero lo de menos son las horas perdidas y los trucos de pasaporte. Lo importante es el clima en que se vive, el propio concepto de convivencia. Mientras Israel crea que todos tuvimos algo que ver con el Holocausto, cuando todos nos seguimos sintiendo horrorizados; cuando vea en cada ciudadano que intenta ayudar en el proceso de paz, a un enemigo, difícilmente podrá acudir sinceramente a una negociación del proceso. Quiero imaginar que los cientos de turistas norteamericanos que visitan los Santos Lugares y que comprueban «in situ» las demostraciones diarias de los judíos ortodoxos frente al Muro de las Lamentaciones, influyen y apaciguan al importante «lobby» judío del otro lado del Atlántico. En la otra parte, con menos medios, con altísimas cotas de contenida resignación, con ambientes marginales que invitan a los niños a enrolarse en lo que sea, aunque sea al martirio terrorista, con las ancestrales fisuras incluso entre hermanos en una misma Fe, ocurre otro tanto. Todo se entremezcla: religiones, historia, culturas, convivencias. A quien ha dado un paso firme para alcanzar la paz, lo han eliminado las balas, dice la historia reciente. Me cuesta decir lo que siento: hoy no veo salida al proceso de paz, salvo que se planifique sobre dos bases: sacrificios mutuos de las dos comunidades y plazos relativamente largos de ejecución. Se ha intentado varias veces. Pues, hay que reiterar el esfuerzo. También espero y deseo que la amplia representación diplomática, internacional y de medios que convive con ellos, contribuya al esfuerzo. Que no haga rehenes a los pueblos con que conviven de «la imperiosa necesitad de sus informes, o de sus crónicas de guerra». Temo protagonismos muy bien remunerados que no conducen al fondo del problema. Pocos de ellos conocen la existencia de una parroquia católica en Gaza –la Sagrada Familia– donde practican la mejor política posible en estos momentos: una escuela con mil niños y niñas, ya en convivencia desde pequeños; no se habla de religiones; no se habla de política; se estudia inglés como forma de abrir fronteras, en tanto se mantienen cerradas las alambradas. ¡Por ahí deberían andar los tiros!

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Artículo publicado en "La Razón" el 15 de junio de 2011