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Con este título desarrolla la profesora de Filosofía Política de la Universidad de Verona Adriana Cavarero un interesantísimo estudio sobre los actos de violencia humana que vivimos y sufrimos en esta convulsa y agresiva actualidad. La tragedia de la isla noruega de Utoeya nos lleva a reflexionar sobre sus teorías. La maldad de un «peligroso soñador» que perseguía una exaltación mística de la violencia se valió, a modo de espoleta a tiempos, de una previa y premeditada explosión de un coche bomba en un edificio gubernamental para disponer del suficiente tiempo para perseguir una a una a sus víctimas, rematarlas con un segundo disparo y poder reponer munición en sus cargadores de muerte. No cabe más maldad.

En su reflexión, que es también una descripción, enfatiza la profesora en la urgente necesidad de un cambio radical de la perspectiva con que analizamos las tragedias de nuestro tiempo, normalmente orientada hacia quien inflige el dolor –terrorista respecto al terrorismo– y no desde los ojos de dolor del que sufre la ofensa, desde su fragilidad, desde su indefensión mas absoluta.

En la larga historia de la destrucción, el horror va a condensar el sentido de la violencia contemporánea. «Guerra», «terrorismo», «enemigo» y otras categorías de la tradición política, se muestran inadecuadas respecto a la realidad del dolor que sufren los inermes. El crimen ontológico –dice– excede la forma organizada del simple asesinato. La práctica de la deshumanización excede la estrategia homicida. Y se detiene revisando los iconos de Medusa y la infanticida Medea, pasando por la aberración de Auschwitz, las fotos de Abu Ghraib o el fenómeno de los niños o mujeres bomba. En resumen, propone que se dirija la reflexión a la condición de vulnerabilidad absoluta de quien sufre la ofensa, no a la abominación de quien la ejerce.

En su edición española analiza acertadamente nuestro 11-M, la masacre de los trenes de Atocha, describiendo la cruel violencia de la que todos podemos ser víctimas. Es a partir de ahí, desde la mirada inerme y vulnerable de las víctimas, donde monta su teoría. Al contrario, no obstante de lo que ha sucedido en Noruega, los asesinos de Atocha desconocían a sus víctimas al igual que los de las Torres Gemelas. Pero Anders Behring sí conocía la textura social y el futuro político de aquellos jóvenes que se reunían como tantos años en unas jornadas de estudio y esparcimiento. Haciendo suya y malinterpretando una frase de Stuart Mill, se consideró «una persona con una creencia que tenía más fuerza que 100.000 que sólo tenían un interés». ¡Dramática argumentación!

El asesino noruego equipara la persecución a lo que considera sus valores –sus creencias– a la persecución que sufrieron los judíos o la que implantó a sangre y fuego la Inquisición. De ahí su particular guerra contra la formación política que ha apostado por la multiculturalidad, materializada en la bomba frente a las oficinas del primer ministro Soltenberg y contra lo más prometedor de la organización: sus juventudes.

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Son comunes a todas estas masacres, define Cavarero, la fuerza por sobrevivir, el miedo físico del cuerpo que tiembla, el miedo total, la pérdida de todo control, que constituye el pánico. Ahí nombra con esta palabra, «horrorismo», la violencia moderna condensada más en la esfera del horror que del terror. Se trata, dice, de la violencia contra el vulnerable, sobre el inerme, violencia que se deforma, que es deshumanizante y que va mas allá de la tragedia del terror, considerado éste como un sentimiento de miedo en su escala máxima que sobreviene cuando se superan los controles del cerebro y ya no se piensa racionalmente.

El horror por su parte suele referirse a una emoción humana promovida por el miedo. La RAE lo define como «sentimiento muy intenso, no necesariamente miedo, causado por algo espantoso». Da una segunda versión referida a la aversión profunda hacia alguien o hacia algo. La física del horror tiene que ver con una instintiva repulsión por una violencia que no sólo mata sino que destruye la esencia del ser humano. De aquí extrae su «horrorismo» para nombrar a las violencias contemporáneas que están condensadas más en la esfera del horror que en la del terror. Violencia que traspasa la muerte misma, que se deforma, que va más allá de la estrategia homicida.

La reflexión sirve para meditar sobre el mundo actual. Noruega se sentía libre de la sinrazón asesina y ha comprobado que no. Los medios modernos han hecho más cruel la masacre: nitratos amónicos para fabricar bombas, fusiles de repetición con más capacidad de muerte. Hace un siglo la masacre hubiera tenido otras dimensiones. Pero el alma humana sigue igual, capaz de alimentar el odio y el rencor, incluso interpretar creencias. En asentar valores firmes que palíen estos desvíos está el reto.

Artículo publicado en "La Razón" el 27/07/2011