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Llamemos a las cosas por su nombre. La eliminación del Valeriano Allés Menorca en la primera semifinal de la Copa de la Reina ha sido, si no un gran fracaso, sí una gran decepción de la temporada, la sorpresa más amarga para el club que preside Katy Moll, aunque no la única. El Haro culminó ayer su hazaña conquistando el título en la final ante el segundo favorito, Murillo.

El CV Ciutadella se agarraba a un título que, ya sin su bestia negra, el Murcia, parecía tan cercano como dirigido hacia sus vitrinas. Su inmaculada trayectoria descansada en la calidad del grupo que adiestra Chema Rodríguez y en la superioridad exhibida en todo lo que llevamos de Liga eran el mejor salvoconducto para edulcorar un año especialmente trabado. El campeonato regular se halla desvirtuado por la pérdida de competitividad, la retirada de tres equipos o la permanencia de otros que no tienen nivel suficiente, y también por los cambios obligados en un calendario de locura. La entidad de Ciutadella ha tenido que rectificar con el motor en marcha para ajustarse a la retirada de las ayudas institucionales. Ganar la Copa, por tanto, habría supuesto una bocanada de autoestima para el club y un requiebro para quienes no valoran sus éxitos.

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Quizás el exceso de confianza, alimentado también desde el entorno –prensa, afición, rivales...– cuando la semifinal ya estaba decantada hacia el pronóstico general saboteó el camino del Valeriano Allés hacia la gran final. Las jugadoras desaparecieron y tampoco hubo soluciones desde el banquillo para detener la hemorragia abierta en el tercer set. El auxilio de la veterana Sabrina Duarte, quizás, por su experiencia y carisma podría haber ayudado a modificar el desarrollo de los acontecimientos.

La conclusión de tamaño de­sencanto, que convierte en maldita esta competición para el club de poniente, es que este torneo no es el suyo, y que el deporte siempre mantiene su margen para la sorpresa. El Valeriano Allés no se va de copas.