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Dos ejemplos de resistencia en el pasado, que nos permiten reflexionar sobre el presente. Porque deberíamos tener claro, en estos tiempos de incertidumbre y desencanto, que sólo quien resista saldrá victorioso. Y hablo de una victoria que entraña riesgo, sacrificio, esperanza, superación de una profunda crisis, como la que afrontó aquel grupo de españoles desde Covadonga, diferente por su proyección a la de los numantinos, que asediados a sangre y fuego durante trece meses por las legiones romanas de Escipión «el africano», sólo encontraron, con enorme heroísmo, la destrucción y la muerte.

A partir de Covadonga, no sólo se reconquista el territorio, sino que también se reconquistan valores que estaban –hoy también están– pero que había que conjuntar. Reconquista en suma, del pundonor, del ejemplo, del sacrificio, de la unidad frente a la dispersión.

Un amigo lector me subrayó la frase con la que finalizaba mi tribuna del pasado jueves en estas mismas páginas: «Sólo todos podemos salvarnos a todos». La escribí pensando en la restaurada memoria del hundimiento del «Titanic»: no hubo diferencias entre los ahogados de primera clase y los de cubierta. Este era el concepto de «todos para salvarnos» al que hoy también quiero referirme.

No hace demasiado tiempo votamos mayoritariamente a la esperanza, al gobierno de los mejores, a la eficacia, a la honestidad, esperando el milagro. Y parece que a los pocos meses ya nos entra la prisa, la congoja y el desaliento: las cuentas no cuadran, los insaciables mercados financieros siguen intentando saquear nuestras maltrechas arcas y para acabar de arreglarlo, a costa del río revuelto de nuestra debilidad, una Argentina populista nos expulsa de los yacimientos que con eficacia y esfuerzo inversor hemos contribuido a potenciar. Es otra vez el «la tierra para el que la trabaja». Es otra vez una «marcha verde» programada desde hace tiempo para desencadenar en el momento oportuno. Si en el caso del Sahara, el gran beneficiado del crimen fue el control del precio mundial de los fosfatos, coto cerrado del «lobby» de los Rothschild, alguien ya se estará frotando hoy las manos en Wall Street, en Singapur o en Pekín, y no precisamente los acalorados diputados peronistas que se las rompían apoyando a su presidenta, con el mismo ardor con el que hace unos años aplaudían la invasión de las Malvinas . ¡Así les fue!

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Bien sé que alguien ha pensado en la decisión que tomó el Gobierno español del general Narváez, que en 1845 para proteger a españoles involucrados en una cruel guerra civil, que asolaba Argentina y Uruguay, apoyó al embajador Creus con dos buques de guerra e implantó en el Río de la Plata una Estación Naval permanente para protegerlos. Eran los tiempos de la política de cañoneras, de creación de la Guardia Civil, de implantación de un buen Código Penal y de profunda transformación de la Hacienda Pública. En resumen, eran tiempos de firmeza. Tampoco sería hoy la solución. La estación duraría hasta 1899 coincidiendo con el final de la Guerra del 98. ¡Pero nos quejamos porque a los pocos meses las cosas no salen como deseábamos! Los de Covadonga tardaron siglos en recomponer su patria –la tierra de sus padres– cristiana. También las luchas intestinas hicieron mella en su espíritu, igual que ahora sigue pareciendo imposible alcanzar el consenso político entre las dos grandes formaciones nacionales, que quienes provocan incendios acusan a los apagafuegos del Ejercito del Aire y quienes asesinaron con capuchas y puños crispados, insultan a sus víctimas. ¡Doce años han tardado las de nuestro más reciente terrorismo en ser arropadas por un valiente obispo y poder rezar por los seres queridos que perdieron en la catedral del Buen Pastor donostiarra!

También rezaron a una virgen recoleta las gentes de Covadonga. Hombres de armas la convirtieron en su guía, en su brújula, porque representaba la fe de sus mayores, la persistencia de sus valores, porque ya intuían que el miedo, las traiciones, la lucha entre hermanos y herederos surgirían. ¡Covadonga les unía!

Hay días que invitan más a la deserción que a cubrir voluntariamente puestos de riesgo y fatiga en primera línea, porque cuesta distinguir la frontera entre amigos y enemigos. Pero, como dicen nuestras Ordenanzas: «El centinela que deba conservar su puesto, a toda costa lo hará». Tiempos de resistencia y de reconquista, en los que hay que marcar claramente las «villas francas» recuperadas, hay que ensalzar el trabajo de los nuevos héroes, valorar la entereza que alimenta a mentes lúcidas capaces de dirigir nuestro rumbo y no hacer caso a los tristes malos agoreros.

Hoy no se si deberíamos encomendarnos a la Virgen de Covadonga a la de los Desamparados o a la del Perpetuo Socorro. Pero tenemos claros los dos ejemplos: o luchamos como en Covadonga o perecemos sitiados por el desaliento y la indignación, como en Numancia.

Artículo publicado en "La Razón" el 18 de abril de 2012