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Lástima que uno de los dos equipos acabara con el amargo sabor inmediato que deja la derrota. Ese fue el desenlace cruel que acompañó al Penya Ciutadella juvenil ante el CD Menorca en la magnífica sesión de fútbol matinal orquestada ayer en el nuevo Estadi Maonès en el que había, quizás, demasiado en juego. El partido, mediatizado por la ansiedad de los jóvenes en función de la trascendencia de los puntos, revalorizó el demacrado fútbol de la Isla por el espíritu competitivo expuesto por ambos conjuntos y el ambiente pasional que se vivió en las pobladas gradas de esta cómoda instalación. La puesta en escena, el fútbol en estado puro que brindaron estos adolescentes bien instruidos por dos técnicos de postín, Luis Vidal y Tóbal Tudurí, permitió evocar otras manifestaciones similares, tristemente desaparecidas en la Isla muchos años atrás.

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La grandeza de este deporte concedió el triunfo al Menorca y con él un pedazo enorme de posibilidades para que pueda obtener el ascenso a la División de Honor, un logro que merece por su inmensa temporada. Ayer, sin embargo, un contraataque en el epílogo del partido desniveló la igualada que habría sido un resultado inútil para los dos mejores equipos de la Isla en su pelea frontal por el ascenso con permiso de los mallorquines. El tanteo definitivo no ajustició un encuentro que nunca mereció perder el cuadro de Ciutadella. Jugó más y mejor que su rival, especialmente en el segundo tiempo, después de sobreponerse al tanto encajado a través de una pena máxima decretada por uno de los auxiliares que restó brilló al buen arbitraje de Pau Carbonell. Es ahí donde reside el embrujo del bien llamado deporte rey, en el matiz que rompe la lógica y lo hace imprevisible. Aquellos que mantenemos el romance eterno con el fútbol agradecemos a todos los protagonistas de ayer su esfuerzo y el ejemplo de deportividad que dieron tras el pitido final.