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Con respeto –y en mi caso con emoción– muchos españoles presenciamos el acto central del Día de la Fuerzas Armadas, celebrado en esta ciudad noble e hidalga que es Valladolid. Aunque pareciese una conmemoración más, concurrían en mi opinión aspectos muy diferenciados respecto a otros años. La sobriedad, consecuencia de restricciones presupuestarias, iba a formar parte del decorado. Pero en nada los actos desmerecieron a los de ediciones anteriores. Se respiraba un nuevo estilo que iba desde las sobrias y sensatas manifestaciones del ministro Morenés minutos antes del comienzo de los actos, hasta la situación de los jefes de Estado Mayor y del director de la Guardia Civil en la misma tribuna que S.M.

En realidad, la grandeza de este día comenzó en el Consejo de Ministros del día anterior. Un Real Decreto concedía la Gran Cruz Laureada de San Fernando colectiva al Regimiento de Cazadores de Almansa de Caballería con objeto de reconocer los heroicos hechos ocurridos entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921 cuando el Regimiento protegió en sucesivas cargas –citan ocho los libros de Historia– el repliegue de tropas entre Annual y Monte Arruit. De los 691 hombres del Regimiento que salieron de su campamento de Dar Drius, sobrevivieron 74. El teniente coronel Primo de Rivera les había arengado con un sencillo, aunque tremendo mensaje: «La situación es crítica; ha llegado el momento de sacrificarse por la patria cumpliendo la sagrada misión del Arma de Caballería; que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber». Primo de Rivera murió el 5 de agosto en Arruit a consecuencia de las heridas. Se le había amputado el brazo izquierdo y la cangrena pudo con su vida. Recibió, especialmente por la protección de la columna Romero Orengo, la Laureada individual. Pero quedaba una deuda con sus fuerzas que sólo en parte palió Mariano Benlliure en 1931, dejándonos en bronce el grupo escultórico que inmortaliza la gesta y que pueden contemplar los vallisoletanos en la puerta de «su» Academia de Caballería. En resumen, juntar Valladolid, Arma de Caballería, Alcántara y Benlliure con el Día de las Fuerzas Armadas ha sido un enorme acierto. Nuevo estilo.

No puedo olvidar otro día semejante en Almería, también precedido de un Real Decreto del Consejo de Ministros. En este caso concediendo la gran Cruz del Mérito Militar al propio ministro de Defensa. Llevaba mes y medio en el cargo. Completamente ajeno a la concesión, me despertó a primera hora un teniente general con mando en plaza, espetándome: «Te devuelvo mi Gran Cruz; me ha costado 32 años de servicio, veinte cambios de residencia, superar seis cursos, aprender dos idiomas, todo sin el menor arresto ni informe desfavorable». Debo reconocer que aquella mañana de sábado fue especialmente dura para mí. Todo se había cocido entre gabinetes del Ministerio y de Moncloa, sin la menor información, referencia o informe del jefe de Estado Mayor ni mucho menos del Consejo Superior del Ejercito a quien correspondía como órgano colegiado elevar la propuesta. Otro estilo.

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En otra ocasión fue Barcelona nuestra pesadilla. En el año 2000 correspondía celebrar los actos en la entrañable ciudad mediterránea. Acababan de divorciarse el PP y CiU tras el matrimonio de conveniencia que les había unido durante el primer Gobierno Aznar. Nosotros, que no teníamos vela en aquel entierro, pagamos las consecuencias en forma de sentadas, pintadas, roturas de cristales y manifestaciones. Alguien, encuadrado en aquellas montaraces juventudes de CiU, hizo carrera política gracias a encuentros con la Policía. A uno de ellos –somos buenos amigos– le partieron un brazo en una carga policial. Y yo le convenía: «Poco avanzarás en tu escalafón sólo con un brazo partido; si quieres le digo a la delegada del Gobierno –la inolvidable Julia García Valdecasas– que te sacudan duro en la cabeza y ascenderás con más rapidez». Hoy es teniente de alcalde.

Todo pasaba por mi mente viendo las buenas imágenes que transmitía Televisión Española. Allí estaba el buen brigada José María Gutiérrez –Guti–, con más desfiles en su haber que el caballo de Prim. Y allí estaba S.M el Rey, nuestro constitucional jefe. Desoyendo –imagino– consejos de traumatólogos, rehabilitadores y Real Familia, allí estaba, el Rey, el hombre, pero, sobre todo, el soldado. Formamos una generación que por ley de vida cedemos capacidades físicas, aunque mantengamos claro el norte de nuestra vida. Imagino que, cuando alguien le insinuó que no podría estar en Valladolid, respondió: «Lo tienes claro; por supuesto allí estaré, con mi gente». A su «gente de armas» despidió junto a las familias de los últimos caídos que siempre estarán presentes entre nosotros. Como lo estaban y estarán los del Alcántara, aunque hayamos tardado más de 90 años en reconocer su impagable y heroico sacrificio.

Artículo publicado en "La Razón" el 6 de junio de 2012