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Confianza es una de las palabras desgastadas por un uso inadecuado, como sucede con "diálogo", "consenso" y sus sinónimos. De esta forma, la idea que expresa el término se vacía de contenido. Quienes más recurren al vocablo son los políticos y los gestores de la economía. A menudo confunden confianza con fe. El presidente del Gobierno, por ejemplo. Puede sentirse depositario de una cierta confianza después de haber ganado las elecciones y por las encuestas del CIS, con una pérdida pequeña de la intención de voto después de aplicar la podadora automática. La confianza es como el depósito de la gasolina de un coche, que cuanto más sube ésta de precio más vacío está. Lo que no puede confundir el presidente del Gobierno o cualquier depositario de un cierto grado de confianza es que también se trata de fe. Porque la fe es ciega y la confianza no. Para llenar el depósito hay que demostrar que se actúa de una forma digna para merecerla. Es decir, la investigación de lo que ha pasado en Bankia es imprescindible, por la enorme cantidad de millones de euros públicos necesarios para capitalizar una entidad cuyos sillones del Consejo de Administración se han repartido políticos de distinto signo y sindicalistas. Si el pecado original de la crisis se encuentra en el sistema financiero y sus prácticas de alto riesgo a cambio de sueldos y jubilaciones millonarias, cuando el 'muerto' está ante el forense hay que conocer el nombre del asesino. Habrá que confiar en ello.