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Si no fuera porque tengo grandes y leales amigos en Cataluña.

Si no fuera porque he dedicado al servicio de España largos años de mi vida, de ellos más de seis en el extranjero y no haciendo turismo precisamente.

Si no fuera porque soy sensible a que miles de ciudadanos se manifiesten en Barcelona con un solo grito.

Si no fuera porque encuentro en la Historia la interpretación de muchos de nuestros males y hoy no sé si apelar a Ortega y Gasset o a Azaña para encontrar la palabra que me sosiegue.

Si no fuera porque soy disciplinado de oficio y respetuoso con la Ley, especialmente la constitucional, que nos dimos y que debería presidir nuestra vida política y social.

Si no fuera porque a mis años, desprendido de bastantes ambiciones, pienso más en mis nietos que en mis abuelos.

Si no fuera por todo esto, no entraría a reflexionar sobre lo que puede significar la manifestación del pasado 11 de septiembre y su versión independentista representada en las calles de Barcelona. Hubiera sido más sencillo para mí, entrar a valorar la disputa chino-japonesa por unas islas deshabitadas situadas al sur del archipiélago nipón. ¡También hay quien defiende la necesidad china de espacios vitales!

Escribo esta tribuna durante la madrugada del miércoles 19, que llegará a usted, querido lector, el mismo jueves en que se reúnen el Presidente de nuestro Gobierno con el President de la Generalitat. Si son sensibles y responsables –estoy seguro que sí– deben estar como yo, a las 4 de la madrugada sin poder dormir. ¡Cuántas ideas bullen en la cabeza a estas horas!

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No pienso –como imaginarán muchos de ustedes– en el artículo 8º de nuestra Constitución, pienso más bien en el 155. Es más, pienso que nuestra Carta Magna es interpretada parcial y erróneamente muchas veces, apelando a la letra de un solo artículo, cuando en realidad es un conjunto, un bloque. Y es integración, es código común, fue y debe ser consenso y referendo. S.M el Rey ha apelado con mucha más autoridad que yo, al carácter moderador de las Instituciones que le señala el artículo 56. Es el buen camino.

Pero también sostengo que muchos cargos políticos han jurado voluntaria y solemnemente «guardarla y hacerla guardar». Me duele apelar a la palabra perjuro y a su significado penal y social, pero es la que merecen muchos personajes de nuestra vida. Soy testigo de un falso juramento en sede judicial y les prometo que nunca lo olvidaré, por la decepcionante llaga moral que dejó en mí.

Viene a mi memoria aquella decisión de nuestro octavo rey godo, Teodorico, que profesaba gran devoción hacia la religión arriana. Su hombre de confianza, una especie de primer ministro, era católico y con tal de agradar a su señor se convirtió al arrianismo. «Si ha sido capaz de traicionar a su Dios, no tardará de traicionarme a mí» justificó el rey godo al ordenar su ejecución.

Y pienso en las grandes manifestaciones del siglo XX o las que hemos visto recientemente en el norte de África . Y conocemos los resultados de la mayoría de ellas, cuando aún hoy lo más importante es cuantificar cuántas personas recorrieron las calles de Barcelona. Me preocupan los movimientos de masas, especialmente cuando han sido inducidos. Basta ver en documentales a las muchedumbres que arrastraban los regímenes totalitarios del primer tercio del siglo XX. ¿Dónde acabaron estas seducidas masas? En las trincheras y en los cementerios.

Sin recurrir a los documentales, muchos españoles hemos sido testigos de la desmembración de Yugoslavia. Hablo del dolor y sufrimiento constatados, de millones de personas en dos guerras civiles. Hablo de unos recientes años noventa y del mismo corazón de Europa

Una última consideración referida a simbología. Para Cataluña fue durante muchos años símbolo e ilusión, una bandera –la Senyera–, la que guardaron celosamente sus antepasados como trozo importante del Reino de Aragón y que forma la base de las actuales banderas de otras dos comunidades, la Valenciana y la Balear. Pero la que desfila en Barcelona no es esta «señera». Es por sobrevenida metamorfosis, la «estelada» la que nos recuerda más a la Cuba de Fidel que a la propia esencia del catalanismo más arraigado. ¿Cómo se ha producido de pronto este cambio de simbología?

Y claro, ahora se compite por el «quién da más». El alcalde de Vic ya ha declarado a su municipio «territorio libre y soberano». Le recomiendo la lectura de un libro genial y desenfadado de Sender, –«Mister With en el Cantón», referido al levantamiento de Cartagena allá durante la Primera República . ¡Ha llovido mucho sobre España para que nos sorprenda ahora el Sr. Abadal!

¡Si no fuera porque... solo deseo que las aguas vuelvan a sus cauces!

Publicado en "La Razón" el 20 de septiembre de 2012