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Hoy cobra un protagonismo especial la Constitución que nos dimos los españoles en 1978, en un claro ejercicio de responsabilidades cívicas. Anteayer nos lo recordaba con especial brillantez Ramón Tamames en Barcelona. Las conferencias tienen distinto sesgo según el lugar y momento en que se imparten. Uno de los «padres» de nuestra actual ley de leyes no eludió hablar del Título VIII, ni de las posibles reformas. Y se refirió a otras dos cartas: la norteamericana de 1887 y la redactada –apoyándose en ella– en tiempos del Gobierno de Prim, la de la Monarquía española de 1869. No deja de ser curioso que las Cortes Constituyentes se convocaran también un 6 de diciembre. Las elecciones de enero 1869 habían dado 160 escaños a los progresistas de Prim, 80 a la Unión Liberal y 40 al Partido Demócrata, que formaban la mayoría gubernamental sumando 280 escaños sobre los 396 de la Cámara Baja.

El proyecto fue redactado por Olózaga, Ríos Rosas, Posada Herrero y Moret. El 5 de junio se promulgaba. Serrano era nombrado regente en tanto se buscaba un monarca, destronada y desterrada Isabel II tras el triunfo de la Revolución Gloriosa. «La obra de la Revolución de Septiembre no estará concluida hasta que se corone a un rey», repetiría Prim.

La búsqueda de monarca fue exhaustiva como reflejan los Diarios de Sesiones. Se pensó en un anciano general Espartero; se pensó en el que luego sería Alfonso XII. Topete y Serrano propusieron al duque de Monpensier y Prim rechazó la candidatura. Quizás aquellos días firmó su sentencia de muerte. Luego, se desechó a Fernando de Sajonia-Coburgo por haber sido regente en Portugal y a Leopoldo de Hohenzollên, que sería el detonante que prendió la llama de la guerra franco-prusiana de 1870. Finalmente, como saben, aceptó la Corona Amadeo de Saboya, coronado a primeros de 1871, cuando ya los restos del general Prim reposaban en la Basílica de Atocha.

El general de Reus ha pasado a la Historia por su hoja de servicios en las guerras carlistas, por su observación en la guerra de Crimea o por su valor contagioso que dio la victoria en Castillejos o en Wad Ras. Pero el Prim más valioso se intuye en México mandando una intervención tripartita –Francia, Inglaterra y España– donde respeta un tratado internacional, donde no impone un imperio a golpe de bayonetas. Pero su gran obra se encuentra en la Constitución del 69, que consagra en 31 artículos los derechos fundamentales de los españoles; respeta culto e imprenta; derechos de reunión y de asociación, eleva el censo de electores a 4 millones. Repite insistentemente: libertad, orden, unión. Quiere ser el gran regenerador de nuestra vida en libertad. Indiscutiblemente, como dice Fernández Almagro, es nuestra primera constitución democrática. La Carta arrastra a la reforma del Código Penal de 1848 mitigando su rigor y corrigiendo defectos, y al Código de Comercio el que debatirá durante largo tiempo entre las doctrinas proteccionistas y las librecambistas. Esta Constitución se mantendría hasta la abdicación de Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873. Escasos cuatro años que se prolongarían de facto durante la Primera República que nunca la derogó formalmente, a la espera de redactar una nueva Constitución Federal que nunca llegó.

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Todos nos hemos preguntado muchas veces qué hubiera sido de España y de nuestras Cuba, Puerto Rico y Filipinas, si unos asesinos a sueldo no hubiesen atentado contra Prim una fría tarde de diciembre de 1870. ¿Se hubiera consolidado Amadeo amparado por una buena Constitución y por el indiscutible carisma de Prim? Bien sabían quienes decidieron asesinarlo, que también asesinaban nuestra Constitución. Muchos españoles pagaron sus consecuencias durante décadas.

Una reflexión final viene hoy al caso. Prim sufrió enormes presiones de Francia y Prusia para que inclinase el equilibrio de fuerzas en la Europa que ambas disputaban. La chispa que encendió el conflicto fue la posible elección de Leopoldo de Hohenzollên como rey de España, que Francia no admitía. Lo que está claro es que Prim evitó el que entrásemos en la guerra franco-prusiana de 1870. Una especie de preludio de las guerras mundiales, que arrasaron el centro de Europa.

Años después Alfonso XIII, con Dato como Jefe de Gobierno, nos mantuvo neutrales durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Y siguiendo nuestro devenir histórico el general Franco evitó –no exento también de fuertes presiones– que entrásemos en la Segunda. Es decir, que no todo nuestro devenir histórico ha sido negativo. ¿De cuántos españoles muertos hablaríamos hoy en los frentes de Sedan, Alsacia, Norte de África o Normandía? Incongruentes, crueles, asesinamos a Prim y a Dato. Más tarde al almirante Carrero. Hoy es buen día para profundizar y reflexionar sobre nuestro ser histórico. Para aprender de lo que dejamos de ser, por nuestras disputas. Para pensar, sobre todo, en el legado que dejamos. ¡No asesinemos nuestras constituciones!

Publicado en "La Razón" el 6 de diciembre de 2012