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Lo resumía recientemente en estas mismas páginas Luis del Val con su habitual maestría, bajo el título «defender la civilización». Reflexionaba, fija su mirada, sobre la fotografía de una militar francesa –digna, bella, labios fruncidos– a su llegada al aeropuerto de Bamako la capital de Mali: «Menos mal que a la angustia de esta chica con su macuto y su agitación a la espalda, le acompaña la dignidad de su país, Francia, que sabe que la decadencia comienza cuando el miedo y la irresolución sustituyen al temple y la valentía».

François Hollande prometió en su campaña electoral un «no a la guerra», pero en su momento ha sabido reaccionar como responsable hombre de estado. Y si destaco en él una virtud, es que ha sabido rodearse de gente valiosa. Conozco a algunos de sus generales, sé de su formación y experiencia. Aprendieron de sus mayores los fracasos de Indochina y de Argelia. Conservan un amplio conocimiento y respeto por el África francófona.

De ahí, que cuando estalló el conflicto en Mali, el pulso de Hollande –para sorpresa de muchos– no temblase. Vino a decir, «sé que no cumplo con lo prometido, pero hago lo que tengo que hacer». La frase nos suena.

Constato esta nueva etapa de «grandeur» francesa y me alegro. No es la imperialista de Napoleón I que nos invadió, ni siquiera la remanente de su sobrino Napoleón III que a cambio de un diploma honorífico de «gran potencia» nos embarcó en aventuras como la de Cochinchina o la de México.

Tampoco es la Francia que junto a Inglaterra se repartió el continente africano, dejándonos a nosotros un quebrado y levantisco rincón que nos dio no pocos problemas.

Tampoco es la virtual «grandeur» con que De Gaulle intentó reanimar la maltrecha alma francesa herida por la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Sabía de sobra el general que no había tanto resistente como afloró en 1945, pero lo consiguió aun a costa de enfrentarse con sus libertadores norteamericanos, de echar el Cuartel General de la OTAN de Saint-Germain-en-Laye, desde entonces en Bruselas. Aun a costa de su enorme esfuerzo nuclear que certificaba con la «force de frappe», su autonomía disuasoria.

No deja de ser curioso, repasando esta evolución, que hoy en Tarfaya, nuestra antigua Villa Bens, bautizada así en homenaje al capitán Francisco Bens, Mohamed VI y Hollande se asocien para montar el mayor parque eólico de África, capaz de producir 350 megavatios. Como también no deja de ser curioso que Siemens monte los enormes autogeneradores en las playas de El Aaiun. Es decir, que las zonas desérticas y ventosas que nos concedieron las grandes potencias como resto en el reparto de Africa, son hoy potenciales focos de riqueza.

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Hollande gobierna una República en la que los programas de la izquierda y los de la derecha se confunden, muy al estilo norteamericano y, me atrevo a decir, muy al estilo inglés. Vemos a una izquierda menos dogmática alejada de los viejos planteamientos doctrinarios del Partido Comunista francés e incluso de las utopías del mayo de 1968. Esta República tiene fundamentos sólidos apoyados en una amplia clase media, pero sobre todo en una base cultural y en una educación no fragmentada en taifas como aquí. Así conservan referentes claros como el patriotismo, su himno nacional, su bandera –«les couloirs»–,su herencia histórica resumida en tres palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Por supuesto es inconcebible que silben en un estadio a su Marsellesa, cuando aquí sí sucede, cuando no nos atrevemos siquiera a ponerle letra a nuestra Marcha Real.

Todo este bagaje lo han exportado y lo siguen transmitiendo.

En Mali han dado un ejemplo valiente de liderazgo y de responsabilidad. Han demostrado habilidad diplomática en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en la Unión Africana y en la propia Europea. Y no digamos cómo ha reaccionado su opinión pública. Aquí hubiéramos montado otro festival goyesco con pegatinas y pancartas pregonando el «no a la guerra». Menos mal que no se han enterado de que tenemos un Hércules por aquellos andurriales. El apellido del C-130 lleva a alguna confusión y despiste.

Hoy el eje Madrid-París nos parece más próximo y en mi opinión es fundamental y no sólo para acabar con los rescoldos ensangrentados de ETA. Entre la Europa rigurosa –en muchos sentidos con razón– y la Europa que necesita una reactivación económica con tintes sociales, estar junto a esta Francia es positivo para nosotros.

Es otra «grandeur», pero más cercana. Yo me atrevo a decir que más sana que las históricas. Ellos han sabido aprender de sus errores. Ellos viven con mayor intensidad la confluencia de culturas diferentes. Ellos saben que hoy, sin esfuerzos comunes no se llega a ningún sitio y que sólo una fuerte base cultural y social puede sostener al Estado de Derecho contra las agresiones. ¡Es su «grandeur»!

Publicado en "La Razón" el 20 de febrero de 2013