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Que el baloncesto insular ha caído en un profundo pozo del que no advierte la salida es una verdad catedralicia causada, en gran parte, por la traumática defunción del Menorca Bàsquet.

La afición ha desertado como efecto colateral de tamaña pérdida, aderezada con la desaparición de los últimos vestigios de las categorías nacionales que no hace mucho todavía se disfrutaban en Maó, Alaior y Ciutadella. El deporte de la canasta ha pasado en un par de años de la abundancia a la carestía absoluta. Ni la ACB, Adecco Plata y EBA se correspondían quizás con la demografía de la Isla, ni tampoco lo es ahora la Segunda Autonómica en la que militan la mayoría de equipos.

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La crisis ha sido devastadora hasta anular las ayudas institucionales y empresariales que hicieron realidad una utopía.

Las medidas obligadas, más allá del fallecimiento del gigante que fue el Menorca Bàsquet, fueron las renuncias a aquellas categorías profesionales o semiprofesionales que generaban interés en la masa social y ofrecían un cierto espectáculo para todos. Ese fue el caso de Jovent, Alcázar, Ciutadella o Ferreries en la LEB Bronce, EBA o Primera Nacional, grupo Balear.

Esas decisiones inevitables, sin embargo, no se corresponden actualmente con la sangría de gastos federativos según sea la inscripción de los equipos en la Primera Balear, Primera o Segunda Autonómica, tal y como informábamos esta semana. La Federación también debería ser consecuente con la pérdida de poder adquisitivo de los clubes y facilitar una única categoría en el territorio insular. De otro modo es lógico que los clubes opten por la división de menor rango, que es la más barata, para reducir gastos, aunque sea a costa de perder competitividad y tener que disputar un campeonato conjunto de tres categorías con muy pocos alicientes.