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La permanencia del Menorca juvenil en la División de Honor ha sido la mejor noticia para el fútbol insular en este tramo final de la temporada. Lluís Vidal y sus pupilos han conseguido prolongar el lujo que supone observar en el Estadi Maonès a las joyas de varias de las mejores canteras del fútbol español que serán profesionales consolidados en Primera División, y competir contra ellas.

Pero el vértice superior del fútbol menorquín no oculta las incógnitas que ofrece la otra gran categoría insular en los últimos 34 años, a excepción de las ocho temporadas y media en las que el Sporting Mahonés puso a la Isla en la Segunda División B. La Tercera División continúa moviéndose en un escenario insípido salvo acciones puntuales que no hace sino cuestionar su futuro en las islas menores. No debería discutirse que la categoría superior reúne más calidad que la Regional Preferente por razones obvias y, por tanto, tendría que ser la meta innegociable de los equipos que pugnan por el título Regional.

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Sin embargo no está tan claro que sea así como corroboraron varios de los presidentes consultados al respecto por este diario el pasado viernes. El coste añadido de los desplazamientos -aunque continúen subvencionados, siempre generan gastos- y la retribución, mayor o menor, a los jugadores por el sacrificio que suponen entrenos y viajes quincenales, obligan a un presupuesto que, hoy en día, desbarata cualquier planificación de las entidades que pretenden mantener el rigor en su gestión económica.

Si a ello sumamos la extraordinaria incertidumbre que ofrece este año la Regional Preferente no es de extrañar que el retorno a Tercera ya no sea un objetivo en si mismo sino un premio extra al que se puede renunciar sin traumas. Quizás la solución pase por un replanteamiento de una categoría inmóvil desde hace demasiado tiempo para reactivar su interés a riesgo de que aquí pierda un atractivo que merece en todo caso.