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Jupp Heynkes fue despedido como técnico del Real Madrid después de ganar la séptima Copa de Europa, 32 años más tarde de las seis en blanco y negro acumuladas por el club que le convirtieron, dijeron, en el mejor club del siglo XX. Así de ilógico es el fútbol, capaz de devorar a un entrenador que devolvió la gloria a la familia merengue.

El de Heynkes no es un caso aislado. A pesar de la extendida teoría de que a los técnicos los avalan o condenan los resultados, no siempre es así. ¿Qué ha ganado Jose Mourinho que no hayan logrado otros anteriores a él para que Florentino Pérez le haya dado el poder supremo que nunca tuvieron otros aun a costa de poner al club en la picota con sus bravuconadas y desplantes continuos?

En lo que a nuestro balompié nos ocupa, un ejemplo de la irracionalidad que acompaña a este deporte lo hemos encontrado esta semana en la salida de Lluís Vidal del banquillo menorquinista. A pesar de la extrema dificultad de su objetivo acabó conquistándolo y el club continuará paseando su nombre por la mejor Liga juvenil del país, un año más.

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Sale Vidal del Menorca una vez más como triunfador, por la puerta grande por más que sus detractores, que los tiene, celebren la decisión final de su gran valedor, el presidente, Angel Río, plegado al criterio de parte del entorno y su propia junta directiva.

Seco, antipático en ocasiones, mal ejecutor de la mano izquierda, atrevido en sus declaraciones, desafiante... ningún otro entrenador de la Isla acumula dos ascensos a la División de Honor Juvenil. Ningún otro entrenador de la Isla ha clasificado a un equipo de esta tierra -el Sporting Mahonés- para disputar un play off de ascenso a Segunda B. Vidal lo ha conseguido en dos ocasiones.

Un análisis frío de su rendimiento conduce, inequívocamente, a la ilógica de su marcha. Así es el mundo del fútbol.