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P ara un sedentario, encariñado con el sofá, fiel refugio de sus desdichas, al que le cuesta cada vez más calzarse las zapatillas y acudir al gimnasio para impedir que se desproporcione la curva de la felicidad escapa a su entendimiento racional el ánimo de los denominados 'runners'.¿Qué lleva a una persona a desafiarse a si misma para llevar a su cuerpo al límite de la resistencia física y psicológica?

Solo puede tratarse de un afán de superación desmesurado, rayano en lo absurdo, una demostración de voluntad inquebrantable para lanzarle un pulso a lo imposible. Que alguien se plantee, e incluso consiga, recorrer, por ejemplo, el Camí de Cavalls de Menorca, o lo que es lo mismo, 185 kilómetros entre matojos, piedras, tierra, algún tramo de asfalto, de manera continuada y enfrentándose a la lluvia, el viento... no ofrece ninguna justificación científica.

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Mi buen compañero, Dino Gelabert, que logró completar la Trail, relataba ayer su experiencia, que incluyó visiones nocturnas y un llanto desconsolado en los últimos kilómetros. Pero él llego a meta y ayer, aún con serios problemas para caminar, no faltó a su jornada laboral, exigente y larga como cada domingo en la sección de Deportes.

Los ciclistas que disputan una gran ronda por etapas y pedalean 200 kilómetros diarios lo hacen, fundamentalmente, porque viven de ello. Los 'runners', no. Al contrario, la equipación, la inscripción, la asistencia tienen un coste que, a partir de la maltrecha economía doméstica, no deja de tener su trascendencia.

Descartado el motivo que encierra esta aventura es mejor centrarse en la posible equivalencia con la vida cotidiana. Si uno es capaz de retarse de esta manera y salir victorioso, está claro que está capacitado para enfrentar cualquier obstáculo que aparezca en su existencia. El ejemplo es evidente.