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En un sentido amplio denominamos estrategia (del griego stratos = ejército y agein=guía o conductor) al conjunto de acciones planificadas sistemáticamente en el tiempo, que se llevan a cabo para lograr un determinado fin.

El pasado viernes el Consejo de Ministros aprobó una renovada Estrategia de Seguridad Nacional. Los tiempos cambian rápido y es necesario definir políticas que afectan a varios ministerios y no sólo a los tradicionales de Exteriores y Defensa.

El documento aprobado aporta, en mi opinión, un mérito añadido, al haber sido consensuado con el primer grupo de la Oposición, que aportó la experiencia de tres pesos pesados –Serrano, Camacho y López Garrido– al buen trabajo de los «hombres del presidente» Moragas y Senillosa bajo la discreta y eficaz mano de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Siempre conforta saber que se unen esfuerzos en un tema vital para nuestro futuro. Lejos quedan los tiempos del «no a la guerra» y de las controversias partidistas en temas de seguridad nacional, en las que se utilizaba cualquier error, accidente o decisión como arma arrojadiza.

No es fácil extractar 68 páginas que diseñan acciones muy coordinadas y capacidades operativas ante la proliferación de riesgos.

Me detendré en los relacionados con el terrorismo.

El documento ya no diferencia las amenazas a la seguridad interior respecto a las procedentes del exterior . Entiende que «no se debe bajar la guardia» respecto a ETA y abre un amplio abanico de riesgos del «terrorismo yihadista». Cerrada su redacción –imagino– cuando no se conocían los atentados de Boston, Londres y París, el documento alerta sobre el peligro de «radicalización extremista» en ámbitos donde se asientan núcleos de inmigración, en los que el fanatismo religioso sustituye a determinadas carencias sociales. Y la mezcla de fanatismo y odio social puede producir imprevisibles consecuencias, aunque el foco sea mínimo en comparación con el amplio sector de población inmigrante que solo busca trabajo, integración y mejor vida para sus hijos.

Como nunca, deben reforzarse los órganos de inteligencia. Como nunca, deben coordinarse informaciones con el exterior. Debe continuar el buen trabajo de integración entre los organismos del Estado–Defensa, CNI, Cuerpos y Fuerzas de Seguridad– con las policías autonómicas –Mossos y Ertzaintza– e incluso con las policías locales, las mas cercanas a estos focos radicales.

Para coordinar esta estrategia de «seguridad integral» se crea un Consejo de Seguridad Nacional que, presidido por el presidente del Gobierno, podrá reunir a siete ministerios –Interior, Defensa, Exteriores, Hacienda, Fomento, Industria y Economía– al director del CNI y a varios secretarios de Estado. El Rey podrá participar en estas reuniones que tendrán periodicidad bimensual. Quiero entender que un «núcleo duro» de expertos completamente dedicado a su desarrollo seguirá las pautas diseñadas y preparará estas reuniones. No descubro nada si digo que el CNI tiene un papel vital en esta estrategia.

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No se puede bajar la guardia, pero el tema no es fácil. Un «lobo solitario» puede crear inseguridad, transmitir dolor, contagiar conductas enfermizas. Véase el atentado contra un soldado en Londres. No es fácil establecer comparaciones porque siempre la muerte violenta de una sola persona es un tema grave, pero las bajas de soldados británicos en Afganistán son muy superiores. En cambio, los efectos mediáticos son diferentes. Lo saben los terroristas. Buscan precisamente estos efectos mediáticos que nuestras redes sociales multiplican hasta extremos de difícil contención.

Y basta ver sobre un mapa las zonas de conflictos. El de Libia afecta a no sólo a Mali, sino a la propia Argelia y se extiende a Níger donde se han producido atentados y asaltos semejantes al llevado a cabo en la planta de gas argelina, en las minas de uranio de Arlit y Agadez que explota la compañía francesa Areva. Es decir convive una ofensiva contra explotaciones industriales en manos occidentales –«robáis nuestras riquezas»-, con un soterrado movimiento que utiliza a individuos fanatizados y que pretende tomarse la justicia por su mano.

Siria afecta a todo su entorno: desestabiliza en el Líbano –donde desplegamos fuerzas propias–, pone en pie de guerra a Israel y a todo su entorno estratégico. Turquía es el último país que conoce una violenta conmoción social, cuando la República es un sólido pilar de la Alianza Atlántica y cuando las condiciones de vida de los turcos habían mejorado sustancialmente en los últimos diez años.

En Irak rebrotan diariamente los odios en una espiral de violencia que parece no acabar nunca. La presencia de fuerzas multinacionales en Afganistán parece tener fecha de caducidad. Son doce años de presencia al altísimo coste de 3.400 soldados occidentales muertos. ¿Puede pasar después de tanto esfuerzo, lo mismo que pasa en Irak?

Somalia, Sudán, República Democrática del Congo... ¡Sólo Acnur, la agencia de Naciones Unidas, apoya en sus campamentos a 10,4 millones de refugiados!

Ante toda esta serie de estos «riesgos sin fronteras» no se puede bajar la guardia. Es lo que pretende –entiendo– el renovado documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional.

Publicado en "La Razón" el 5 de junio de 2013