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Nos lo dejó escrito Calderón de la Barca, otro soldado de Infantería: «Si es honrado, pobre y desnudo un soldado, tiene mayor calidad que el más galán y lucido; porque aquí a lo que sospecho, no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna el vestido».

Honrado y pobre, con lo justo para pagar una residencia de mayores, ha muerto a los 87 años el general Emilio Alonso Manglano, el que fue director del CESID entre mayo de 1981 y 1995. No entraré a valorar los años en que estuvo tan ligado a nuestra historia reciente desde la responsabilidad de la dirección de unos Servicios, que modernizó, transformó y abrió en tiempos no precisamente fáciles.

Quiero recurrir al soldado, el que con sentido de la responsabilidad no exenta de enormes sacrificios, acepta misiones –y las cumple de la mejor forma que sabe– y que a su salida como teniente de la Academia de Infantería en 1948 poco podía imaginar. Pero ya elige un puesto de «riesgo y fatiga» como es el Tercio Duque de Alba, II de la Legión con base en Ceuta. De allí, junto a otros oficiales legionarios formarán la Primera Bandera Paracaidista en 1953. De la Legión extraen estos oficiales ideario, ilusión, empuje. A ello añadirán los conceptos del vértigo y del riesgo, junto a la eficacia en combate de unas tropas que querían aprovechar las experiencias de las unidades aerotransportadas de la Segunda Guerra Mundial. Fui testigo de lo que nos legaron estos oficiales, cuando me incorporé a su misma Bandera en 1963.

Su hoja de servicios detalla otros destinos y cursos, pero las unidades paracaidistas marcarán su carácter y su destino. El primer indicio de su firme carácter surge en 1959, cuando pide la baja de la Escuela de Estado Mayor para incorporarse junto a sus compañeros de la Primera Bandera a las Operaciones de Ifni. Para muchos, que sabían lo difícil que es el ingreso en la referida Escuela, era como un «suicidio militar» que colapsaría su carrera. No le importa. Prioriza estar en unas fuerzas que reciben su bautismo de fuego con alto coste de sangre. No le gusta a nuestra sociedad hablar de estas operaciones en las que se sacrificaron junto a tropas profesionales magníficos soldados de reemplazo, porque huímos del reconocimiento al sacrificio y al heroísmo, de los que no huyó Emilio Alonso Manglano.

Y lo reencontramos otra vez en 1981 en unidades paracaidistas –se había transformado aquella primitiva Agrupación de Banderas en Brigada– como Jefe de Estado Mayor con el grado de teniente coronel. El golpe del 23 de febrero marcará el resto de su vida. Aquel día se mantiene firme, claros los parámetros en los que se mueve un soldado. En ausencia de su general, contacta con Francisco Laína que preside el gabinete de emergencia que integra a Secretarios de Estado y Subsecretarios. «La Brigada –le dice– está con el Rey, con la Constitución y con el Gobierno». ¿Qué hubiera pasado si aquel día el teniente coronel Manglano hubiese mantenido otra actitud?

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Bien lo valoró el presidente del Gobierno Calvo Sotelo, al nombrarle en mayo director del CESID, actual CNI.

Durante 14 años se dedicó a transformar el Servicio dando entrada a personal civil y a mujeres. Innovador, consiguió un prestigio internacional para el centro difícil de borrar. Firmó más de 140 convenios con servicios exteriores, incluida la KGB soviética, en lo que fue una primera relación con un servicio occidental. Casado con una ciudadana norteamericana –Susan Lord Williams– con la que tuvo dos hijos, nos aproximó como nadie a los servicios americanos, en tiempos en que se cerraba el ciclo de guerras en Centroamérica, en el que se transformaba el mapa de Europa con la caída del Muro de Berlín.

Pero todo girará en torno a la mayor preocupación que sigue –y en mi opinión– precipita el golpe del 23-F: ETA.

Vive el período más virulento de la banda asesina, sufre ante el sacrificio de tantas víctimas inocentes, acompaña en sus despedidas a muchos de sus compañeros de armas. Perseguirá a ETA no sólo en suelo patrio, sino en Francia y en Iberoamérica. Managua, La Habana, Bayona, San Juan de Luz, forman parte de su particular teatro de operaciones.

Por supuesto, un servidor del Estado como él cometerá errores. Pero también carga con errores de otros, tanto de superiores como de subordinados. Y los afronta con sentido de la responsabilidad. La caída política de su ministro de Defensa, Julián García Vargas le arrastra a él. El hombre que ha servido con fidelidad, el líder, el emprendedor, el respetado en foros internacionales, debe defenderse ante una Audiencia Provincial, ante el Supremo y ante el Constitucional que finalmente dictó una resolución absolutoria. Tampoco tenía como ahora, nada que perder, más que su honor . ¡Vaya nuestro sencillo homenaje al director, que fue también un buen soldado!

Publicado en "La Razón" el 10 de julio de 2013