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Ala mayoría de los mortales la rutina nos da una seguridad para afrontar ese espacio de tiempo que llamamos día. Nos marcamos un guión y lo seguimos como un automatismo desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

De esta manera, construimos una muralla ante los imprevistos que nos depara el azar.

Cada vez hay menos personas que tienen esa defensa. Parados, jubilados o enfermos que ven cómo de repente les cambian la partitura. Primero aparece el desconcierto, que dura hasta que uno se acomoda a la nueva realidad. Eso sí, con la esperanza de recuperar cuanto antes la pauta que les traslade al mar que mecía suavemente su existencia.

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Ese es nuestro objetivo. Echar el ancla en las rutinas que nos sujeten a una vida de la que no somos dueños.

Cada uno busca un salvavidas que le mantenga a flote desde que sale el sol hasta que la luna nos introduzca en un mundo onírico donde volamos solos.

Hoy a mí me han cambiado la agenda. Estoy, estamos, en el lugar donde no quería habitar. Todo porque una niña, que es un ángel, cambia de rutina. Pasarán unas horas hasta que volvamos a escuchar su clásico despertar con un quiero un Cola Cao. Será entonces cuando regresemos a la bendita cotidianidad que nos dé fuerzas para navegar.