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A veces, demasiadas, parece como si a los menorquines el siglo XXI se nos hubiera puesto cuesta arriba. Ya hemos superado una década de la nueva centuria y milenio, sin embargo el ímpetu económico y social que durante décadas catapultó el desarrollo de la Isla, queramos o no, ha perdido fuelle. Y no nos equivoquemos. Lo fácil es echar la culpa a los políticos, pero todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad.

Dos de las secciones más leídas de este periódico son «Menorquins al món» y «Trayectoria vital». Si las tomamos como referencia, nos sirven para analizar el presente y el pasado de esta roqueta. Los personajes instalados en otros países son un reflejo de una fuga de talentos que, en su mayoría, no tiene intención de volver, al menos a corto plazo. Será porque aquí no ven como ganarse los garbanzos. Por su parte, los veteranos recuerdan esa fórmula mágica -ya desaparecida- del equilibrio entre la industria, agricultura y turismo, que era admirada por el resto del Archipiélago. Ahora nos encontramos a la cola, en una especie de desaceleración, haciendo la goma (en términos ciclísticos) respecto a nuestras islas hermanas.

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Si buscamos un ejemplo se podría citar el puerto de Maó. ¿Quién puede presumir de una rada como ésta? Aunque quizás la pregunta más acertada sería: ¿Quién deja que se apague el brillo de esta maravilla natural? En los últimos días, este periódico ha informado de la perdida de actividad comercial y de restauración, así como del tráfico marítimo. Lo fácil es apuntar a la competencia del dique de Ciutadella. ¿No será que algo se está haciendo mal?

Personalmente, creo que ambos puertos son compatibles y con la posibilidad de aportar una oferta diferenciada. En definitiva, sobran dosis de localismo y falta la amplitud de miras de antaño.