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Acaballo entre la nostalgia y la realidad del nuevo orden establecido después de los fastos de la ACB, el baloncesto menorquín ha encontrado una vía regenerativa a partir de la recobrada Primera Balear. Comprobado el reclamo de una Liga menor de ámbito interinsular puede establecerse sin equívoco que Menorca y los menorquines precisan una competición que les aglutine, que les permita asistir a una manifestación deportiva con emociones, pinceladas de la calidad que disfrutaron años atrás -ahí están los veteranísimos ilustres que atraen todavía a la afición- y, sobre todo, una cita que les reporte interés en su agenda del fin de semana.

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El derbi entre La Salle Mahón y el Alcázar, disputado el sábado en el antiguo pabellón colegial, marca un punto de inflexión. Supone la ruptura definitiva con el pasado esplendoroso del deporte de la canasta en la zona de levante, como núcleo original del fallecido Menorca Bàsquet, pero recupera la rivalidad tradicional que tantas sesiones inolvidables generó entre las dos aficiones del Padre Petrus y el colegio La Salle. Ferreries y Sant Lluís no le andan a la zaga, al tiempo que aguarda la incorporación de los otros dos focos del baloncesto menorquín con historia, Alaior y Ciutadella.

Es nuestro nuevo punto de partida, modesto sí, pero atractivo. Hemos puesto los pies en el suelo y volvemos a empezar. La rebautizada 'Isla del Deporte' como la define bien el Consell Insular en su nuevo proyecto generalista, no puede dejar de lado el baloncesto por más que potencie, como debe hacer, el deporte base y las pruebas atléticas o ciclistas del Camí de Cavalls. Menorca es una isla de baloncesto.