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Vamos a empezar la temporada turística con buen pie, aunque tropecemos con algunas piedras conocidas. Primero lo positivo. La Semana Santa a mediados de abril anticipa quince días la apertura de la mayoría de hoteles. Madrugando, mejoramos la salida y alargamos la temporada gracias al santoral. Varias compañías aéreas y marítimas han anunciado el incremento de conexiones, después de que (las aéreas) hayan vendido a muy buenos (altos) precios la mayor parte de las plazas ofertadas. Pero no solo de entradas viven los menorquines. Algunos residentes, con brotes verdes en la cartera, han reservado paquetes para irse a esquiar, algo insólito en las últimas primaveras en que los años de nieves no eran años de bienes.

El pronóstico para mayo es que la industria turística florecerá. Congreso de Sinedolore, con más de mil asistentes; regatas de los fórmulas 1 del mar; semana de la ópera; congreso del touroperador ruso Versa.

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Todo ello alienta un aroma de optimismo que no acaba de ser real. El termómetro para medir la salud de la temporada no se pone en la ocupación hotelera, ni en el número de turistas, sino en el gasto turístico y sobre todo por su distribución.

A menudo se ha demonizado el «todo incluido» sin embargo creo que este formato de vacaciones no va a cambiar por mucho que nos quejemos y además hay «todos incluidos» diversos. La mayoría de turistas «buenos» (que pueden gastar dinero en la Isla) salen de su casa sabiendo lo que les van a costar sus vacaciones.

El reto no es luchar contra el todo incluido, sino saber aprovechar con imaginación y calidad la presencia en la Isla de tantos turistas que disfrutan de las bellezas menorquinas. Con lo que nos gastamos para acudir a ferias internacionales y cuando tenemos a un millón de turistas en Menorca nos preocupamos sobre todo de calmar el hambre de hoy y no de amasar el pan para el mañana.