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Late el fútbol en el país del fútbol, ese magno territorio sudamericano azotado por los contrastes derivados de su histórica corrupción de la que trata de emerger a partir de las grandes manifestaciones deportivas que va a acoger en este decenio -Mundial y Juegos Olímpicos. La bolsa de la pobreza más radical y la delincuencia de las favelas coexisten con las instalaciones más modernas y las inyecciones de millones y millones de reales que ha destinado el gobierno brasileño a la Copa del Mundo generando las protestas de los indignados de aquél país que se van a dejar ver y oir a lo largo del campeonato.

Brasil no descubrió el bien llamado deporte rey pero sí lo convirtió en un canto a la estética, a la capacidad técnica maravillosa cuando en Europa sobresalían el músculo alemán y las tácticas de defensa opresiva de los italianos. Fue entonces, entre finales de los 60 y principios de los 70, cuando la selección canarihna y su manera de jugar despertaron la pasión embelesadora por este deporte en torno a los mitos que capitaneaba 'o rey' Pelé.

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La selección brasileña que hoy inaugura el Mundial ante Croacia se distancia, lamentablemente, de aquél combinado de estrellas que hicieron admirar el fútbol. Ese rol lo hizo suyo España, la defensora del último título en Sudáfrica, ya más entradita en años pero dispuesta a sostener el fútbol de toque como tratado fundamental para intentar el asalto a la repetición del triunfo. Difícilmente lo conseguirá en territorio hostil donde parte como la selección a batir.

A partir de hoy es tiempo de Mundial, de Brasil, de Argentina, de España, de Alemania, de Italia... las selecciones que optan a la Copa de oro cuya responsabilidad, no obstante, pasa por hacernos disfrutar de este deporte en su cita cuatrienal más trascendente.