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O madrugan un poco o cuando lean esto puede que Chiqui de Sintas haya dejado de ser ya alcalde de Ciutadella. Yo lo escribo pasada la medianoche, por culpa de este juego de tronos con fichas de parchís que ha querido jugar torpemente el PP para evitar a toda costa la marcha de la única persona que podía garantizarle la disputa de la mayoría absoluta. Se va un hombre quizás con poco balance que presentar tras tres años de forzada austeridad, pero con un aval incuestionable: haberse ganado al pueblo, o a gran parte de él, y haber hecho olvidar los excesos y el hedor institucional de quienes le precedieron. Su gesto, loable por infrecuente, de dimitir por una responsabilidad de la que no debería sentirse culpable le ha acabado santificando entre las viejecitas que nunca hablaban de política o los colegas que solo se reúnen para jugar a la play. En la concentración de apoyo del miércoles hubo hasta un edil del PSOE y otros, ya no en ejercicio, desistieron de ir solo porque las siglas (el PP) se habían adueñado de la convocatoria.

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Quizás se quejó más que arregló, pero actuó siempre movido por una máxima: la defensa de su pueblo, por encima de su partido. Por eso, esta ciudad castigada por tantas crisis, víctima de tantos oprobios, lamenta perder hoy a quien le había hecho recuperar la confianza en la política. El líder de un municipio huérfano de estabilidad. Pero, en definitiva, una persona. Acostumbrada a capear temporales con la cabeza erguida, pero que la agacha cuando la muerte se cruza en su camino. Y ya solo piensa en huir.

Y, entonces, el partido que lo había jugado todo a una carta, la suya, anda desvalido. Como ese presidente que sigue pidiendo un 'sí' a quien le rechaza 25 veces. O esas concejales, las más capacitadas, a las que coge un sinvivir solo porque el guía quiere quedarse en paz con su conciencia. Y amagan con irse, irresponsablemente. Como si el pueblo ya no importara. Como si no hubieran aprendido del cajero, y caixer. Pero ahora ya no alcalde...