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Hace unos años durante un viaje en automóvil con mis hijos decidimos amenizar el trayecto jugando a las adivinanzas. Cuando le tocó el turno a la más pequeña nos puso en un brete al preguntarnos: ¿Qué es gris? Le dijimos que eso era saltarse las normas porque las respuestas podían ser infinitas, pero insistió. ¿Qué es gris? No lo acertamos y ella soltó una carcajada y dijo: «He ganado».

El gris es un color que se obtiene mezclando el negro y el blanco. No descubro nada nuevo, pero en este mundo de trincheras cada vez impera más lo blanco o negro, apenas hay espacio para los matices.

Ahora que nos hemos sumergido en septiembre empieza un nuevo curso en todos los ámbitos sociales. Muchas miradas se centran en la precampaña de la campaña para las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015. Personalmente, lo que se avecina no me preocupa. Los años me han ido cubriendo de una coraza contra las promesas y peleas de los salvapatrias de turno, porque la mayoría de veces todo queda en una trifulca que acaba en agua de borrajas. Lo que realmente me inquieta es que en nuestras relaciones sociales se ha impuesto una guerra de opuestos. O eres de los míos o estás contra mí. Es un mal endémico que ha provocado que el gris, como metáfora, haya ido desapareciendo.

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Así empieza realmente la temporada, y no solo política o académica, sino también en otras actividades donde no hay espacio para la disidencia.

El activismo ha copiado lo peor del forofo deportivo. Por ejemplo, si estás en desacuerdo con la huelga de profesores es que eres del PP, o si estás en contra de la ampliación de la carretera general eres un antisistema.

El gris como símbolo del verso libre está en peligro de extinción.