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El primer móvil que tuve, allá por el pleistoceno tecnológico de la década de los 90, acabó ahogado en una de las acequias de Es Freginal cuando el agua circulaba habitualmente en el céntrico parque de Maó. El accidente ocurrió cuando, en un descuido, uno de mis hijos decidió que aquel objeto tenía forma de barco y podía navegar. Al final acabó como un submarino tocado y hundido. La pérdida no supuso un drama más allá de quedarse sin el aparato que me permitía una nueva forma de comunicarme.

Desde entonces han pasado dos décadas y la telefonía móvil, unido a la expansión de Internet, se ha convertido en una extensión de nuestro cuerpo físico. Las tecnologías de la información y la comunicación son hoy un matrix del que difícilmente podemos prescindir. Dominan las relaciones humanas, pero - y lo que es más importante- son una herramienta imprescindible en el ámbito socioeconómico.

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Si en los años 90 podíamos vivir con los medios anológicos, ahora cualquier apagón en la telefonía móvil o en la red supone un drama, más allá de no poder conectar con los colegas.

Queramos o no, cualquier anomalía que nos deje sin conexión tiene una repercusión económica en los establecimientos comerciales, negocios, empresas, hoteles... Por ello, no es de extrañar el malestar que se ha creado por la avería que ha padecido parte de la Isla a causa de una incidencia en la red de Telefónica. Ya no podemos vivir sin cobertura.

Dejando de lado este episodio que se vive desde hace cuatro días, lo que está claro es que si Menorca quiere, entre otras tantas cosas, ser un referente en TIC, teletrabajo, convenciones y congresos... se ha de garantizar que los smartphones, tablets... no se ahoguen como mi primer móvil en un estanque denominado offline.