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Llevo horas recibiendo felicitaciones por whatsapp. Regalos virtuales que se abren al poner mi dedo sobre la pantalla, vídeos de animación, fotomontajes con el pequeño Nicolás colándose hasta debajo del turrón y mensajes en cadena, de copiar y pegar, que teorizan sobre la vida y los deseos genéricos compartidos para el nuevo año. El salud, amor y dinero (por ese orden) pero más enrevesado. Como si después de las uvas, con la corbata por sombrero y el matasuegras en la boca, pudieras pararte a leer las ocurrencias de cada cual. Como si no bastara un «feliz año» y «te deseo lo mejor», con el emoticono de rigor. Total, que así nos pasamos desde la medianoche con la idiocia hipnotizante de estar aferrados al móvil, celebrando cualquiera de los testamentos que nos llegan como uno más de los múltiples abrazos que hemos dado a cuerpos ebrios de cotillón.

Pero quienes nos gobiernan siguen anquilosados en trasnochados mensajes de Navidad y Año Nuevo ya caducos, televisadas apariciones cuidadas al detalle y a las que casi nadie presta atención.

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Y en esas, sale Rajoy y vaticina que 2015 será el año de la recuperación económica, y Bauzá suelta que creará 10.000 empleos en las Islas. Pero el rey Felipe tira de pragmatismo y les pide a ambos que «corten la corrupción de raíz, sin contemplaciones». Que eso sí lo pueden hacer. Porque les pagamos para que tomen medidas, no para que actúen como locuaces prestidigitadores que luego, como se ha demostrado, tienen que comerse sus promesas como el turrón. Y más cuando husmean elecciones.

Los políticos deberían hablar con los hechos, para así hacer creíble lo que se dice. Porque puedo creerme los buenos deseos de un amigo, pero no la cantinela de la recuperación en boca de Rajoy. Ese cuento, como el de los tres cerditos, llevo ya demasiado tiempo escuchándolo. Y acaba como terminan, desgraciadamente, varios de los deseos -rebosantes de optimismo- en las felicitaciones de whatsapp con el nacer del nuevo año: por los suelos...