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Quizás porque soy más de letras que de matemáticas me gustan más las palabras. No es que los números me asusten. De hecho también tienen su poética y cuando miramos al cielo estrellado las complejas fórmulas de la ciencia nos sirven de asidero para explicar el universo en el que nos movemos. Sin embargo me seduce más el potente arranque del «Génesis» con la filosófica frase de En el principio era el Verbo... que la inquietante ecuación E=mc2, exponente de la Teoría de la Relatividad de un Einstein (también podría citar a Newton) que buscaba en la pizarra lo que otros en las Escrituras.

Yo como individuo tengo un nombre y apellidos, pero en los tiempos que corren también soy un conjunto de números que se resumen, básicamente, en el DNI y en la Seguridad Social. Pero también me llaman en los dígitos de la matrícula de mi coche. En definitiva, para orden y concierto soy un conjunto de 1,2,3.. Como usted. Todo ello no es bueno ni malo, sino que es lo que hay.

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Lo que me molesta profundamente es que la persona y el número se disocien y pasen a ser una fría estadística. Y lo que todavía me irrita más es que con éstas se haga bandera política. Y aquí es donde quería llegar. En plena burbuja festiva se dan a conocer los datos de empleo. Sobre la mesa se nos presenta la cifra de que el paro baja hasta las 6.633 personas y que la mayoría de los contratos son de menos de un mes. Es aquí cuando surge la botella medio llena o medio vacía. En su momento se tocó fondo, se sale a flote y aparece una nueva realidad del mercado laboral. Ya nada será como antes. El hombre árbol (residencia fija y contrato indefinido) va pasando poco a poco a la historia.

Vuelvo al principio. A mí me dicen 6.663 y lo celebro. Pero pienso en quién es el 3. Antonio, María...