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Una de las noticias más comentadas de la semana, sino la que más, ha sido la vuelta al ruedo de José Luis Sintes, el expresidente del Menorca Bàsquet, desaparecido del ruido mediático a partir de la triste polémica que le obligó a dimitir del cargo hace cinco años. Entonces el diario Marca publicó a toda página que el ahora precandidato al Consell se había autofirmado un contrato por el que percibía primas desorbitadas de la SAD.

No sé si el tiempo transcurrido es suficiente para que Sintes considere rehabilitada su imagen hasta el extremo de saltar a la política para optar al Consell, la misma institución a la que criticó en ocasiones porque no le servía las subvenciones que reclamaba.

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Ocupa Sintes, en todo caso, un lugar de privilegio en la historia insula. Bajo su mandato, aún convirtiendo al Menorca Bàsquet en un reino propio, permitió a la Isla alcanzar el mayor status deportivo jamás soñado. Suyas fueron las gestiones y suyos fueron los aciertos para seducir a la clase política de entonces -Matas, en el momento cumbre- con cuyas subvenciones armó un equipo que ascendió y se mantuvo en la ACB cuatro años. La popularidad brutal que le concedió aquél éxito le indujo a caer preso de la erótica del poder y sus consecuencias. Así sus últimos años en la presidencia resultaron tan caóticos que tampoco sus sucesores lograron enderezar aquel transatlántico hundido sin remisión tres campañas después.

Es muy posible que Sintes haya hecho examen de conciencia para discriminar los errores de los aciertos. Ahora, introducido en la política, tiene la ventaja de la experiencia por haber subido al cielo y bajado al infierno. Solo le falta convencer al electorado de que tanto bagaje acumulado le ha servido de algo.