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La presión sobre la actividad turística no la provoca la ecotasa. Puede crear un malestar entre los hoteleros, que la pagarán a rajatabla, porque la oferta ilegal de residencias turísticas, pese a las declaraciones, difícilmente va a cumplir con la obligación fiscal.

Este mes de julio, la Isla y el sector turístico deben someterse a un test de estrés, similar al de la banca. La avalancha pone a prueba nuestra capacidad para atender a los turistas con la calidad que esperan encontrar.

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La saturación de las playas vírgenes es un problema importante, que merece que la administración le preste atención. A ver si el principal atractivo turístico se puede convertir en un argumento en contra. La idea del nuevo conseller Miquel Preto de fletar autobuses lanzadera desde nuevos aparcamientos en la periferia urbana, que permita clausurar los actuales, sin duda no está elaborada pero representa una propuesta digna de analizar. Es interesante que los consellers tengan buenas ideas, que sobre el papel no quedan mal, pero después han de demostrar su capacidad de gestión.

No sería justo limitar el test de estrés a lo público. Los negocios esperan hacer su agosto, después de una larga serie de años, en los que el mes punta nunca llegaba a ser óptimo. Llegan comentarios sobre experiencias en restaurantes que no cumplen las expectativas de los turistas.

Los menorquines nunca queremos que se nos compare con Eivissa. Parece que eso nos ofende. De hecho nadie se atreve a afirmar que Eivissa tiene un modelo económico, basado en el turismo, que les funciona cada vez mejor. Que no queramos parecernos es bueno. Pero debemos intentar que nuestro propio modelo funcione. El test de estrés ha de detectar problemas que alguien debería preocuparse de solucionar.