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En ocasiones hemos enfatizado la idea de que los hidratos de carbono (azucares en la dieta) y en concreto aquellos de absorción rápida (el azúcar, la miel...) son peores, aunque suene raro, que las grasas para nuestra salud cardiovascular, por lo que serían los principios inmediatos a reducir de forma importante en nuestra dieta. Y en esto hay mucha evidencia. Y es que su consumo excesivo se ha relacionado con el incremento del peso corporal, aunque sorprendentemente, tengan menos calorías que las grasas. Pero también con las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión arterial y con la diabetes tipo 2… y sorprendentemente en esta última independientemente del peso corporal. Así por cada incremento de 150 kilocalorías de consumo de azúcar por persona y día (un refresco diario, una cocacola...)    se aumentaba, según un estudio a nivel poblacional,    la prevalencia de DM2 en un 1,1% (Singh GM et al, 2015).

De ello se desprende que hemos de consumir el mínimo de azucar posible.

Sin embargo al ser humano le gusta el sabor dulce, de ahí que para paliar estos riesgos se pusieran de moda los edulcorantes artificiales; unas sustancias que sin ser azúcar (sucrosa) propiamente dicho tienen sabor dulce, endulzan los alimentos. Serían considerados en la actualidad como aditivos alimentarios y los hay de muchas clases, desde derivados sintéticos, azúcares naturales modificados, a productos químicos diversos (aspartamo, sacarina, estevia, extracto de luo han guo, sucralosa, advantamo..).

Y esto plantea un primer problema, el de seguridad, pues no todas estas sustancias son iguales, acuérdense del affaire de la sacarina... o les informo de un reciente trabajo publicado en Nature Medicine    por Marco Witkowski et al en el que «eritritol» aumenta el riesgo cardiovascular provocando problemas cardiovasculares (infarto, accidente cerebrovascular o muerte cardiovascular). O sea que ¡ojo!.
Y es que su utilización hoy en día es aún controvertida y no existe un consenso unánime, de ahí este comentario.

Así, en la última reunión del American Diabetes Asociation (ADA) en junio del año pasado, que nuestro grupo de la red GDPS asistió on line, se discutió el tema de los edulcorantes artificiales como sustitutos del azúcar en la dieta de pacientes con diabetes con lo que reducir o controlar el peso corporal. Sin embargo, en dicho momento no se aportaron evidencias de que aun ingiriendo menos calorías con estas sustancias se modificara el peso. Algo que apuntaron ya iba    en consonancia con metaanálisis (análisis de muchos estudios) recientes como el de la Canadian Medical Association.

¿CuÁl sería la explicación? No se sabe con seguridad, se apuntó que estas sustancias modificarían la flora bacteriana intestinal (demostrado en animales), la conocida como microbiota, influyendo en el metabolismo, en el balance energético, aumentando el riesgo de intolerancia a la glucosa y con ello del peso.

Abundando en ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una revisión sistemática hace poco tiempo    («Health effects of the use of non-sugar sweeteners: a systematic review and meta-analysis». 12 April 2022), puede consultarse en su web, sobre las evidencias que existen en la utilización de estas sustancias y sus efectos sobre la salud.

Y es que, como contrapunto, existen autores que apuntan que conociendo los efectos nocivos del consumo de azúcar por un lado, (obesidad, diabetes tipo 2, cáncer, enfermedades cardiovasculares y caries) y teniendo una posible alternativa en los edulcorantes artificiales, sustancias que no tienen prácticamente calorías, a priori su consumo debería ser similar a beber agua, pues no tendrían efectos metabólicos ni sobre los niveles de glucosa ni sobre las hormonas en la sangre, y por tanto podrían ser sustitutos saludables a aquellos. ¿Pero es así?

Un metaanálisis del año pasado por Néma D McGlynn et al    sobre 24 ensayos clínicos y 1.733 pacientes no apoyó esta idea, aunque se aproximó. Así    sustituyendo los edulcorantes artificiales por el agua solo se destacaron ligeras diferencias    sobre el peso corporal, algo que hizo que en opinión de éstos no los    excluyeran en su utilización en pacientes obesos, con sobrepeso y con riesgo de presentar diabetes.

En este sentido, una nueva revisión de Roselyn Zhang et al del tema, publicado el mes pasado, que es lo que ha dado motivo a este comentario,    con metaanálisis de 36 estudios (472 pacientes) (hasta enero del 2022)    en la revista Nutrients, apuntó un tema interesante que es que el sabor dulce afecta al cuerpo humano confundiéndolo, lo que llaman «hipótesis del desacoplamiento dulce», generando cambios hormonales aún no existiendo una ingesta calórica; por lo que estas sustancias no serían iguales a ingerir solo agua. Tendrían alguna acción no del todo aclarada. En este no se encontró prácticamente diferencias con el agua en las concentraciones de glucosa tras la ingesta y las diversas hormonas que se liberan tras ella.

En fin, lo único que queda claro al margen de los criterios de seguridad de estas sustancias que hay que tener siempre presentes, la eficacia de estas está en discusión.

De ahí que, de consumirlas háganlo con precaución.