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El envejecimiento de la población en los próximos años va a poner a prueba los sistemas sociales y sanitarios de las sociedades occidentales. Se estima que la población mayor de 65 años (ahora el 20%) se duplicará en el 2050 y alcanzara España en ese momento una esperanza de vida de 93 años (uno de los países que tendrá mayor expectativa de vida).

Y los pondrá a prueba, pues aumentar la esperanza de vida no significará que las personas mayores envejezcan en general más sanas, si no que puede que al contrario, que lo hagan cargando con más enfermedades crónicas que al tener tratamiento muy efectivos les permitan alargar la vida; como dicen el escritor Juan José Millás y el famoso antropólogo Juan Luis Arsuaga en su libro «La vida contada por un sapiens a un neandertal» (Alfaguara 2022) «Se alarga la vejez no la vida».

Este hecho no irá a la par, en mi opinión, con una sociedad que llegue a adaptarse a proveer de más cuidados durante más tiempo, habida cuenta de la desaparición de una institución fundamental en este sentido como es la familia, que es la que tradicionalmente se ha ocupado, en pos de un Estado cada vez mayor y más endeudado que a buen seguro no dará a basto.

La crisis de la familia, que en mi opinión, tiene sin cuidado a nuestros gobernantes, conducirá a que las personas cada vez más mayores vivan cada vez más solas, algo que los sanitarios ya experimentamos desde hace algunos años, lo que nos llevará a una «tormenta perfecta» a tener más vida pero en peores condiciones. Disculpen si soy    agorero, pero espero equivocarme.

Y es que según estos autores, tal vez les sorprenda, la vejez no es un proceso habitual en la naturaleza; que estemos programados para envejecer, pues no se da en otras especies; en el entorno natural para los animales solo existe    «plenitud o muerte» (comentan), por lo que diríamos que la vejez es un producto creado por el    ser humano, por la sociedad, por la familia, que le permite a la persona alcanzar edades que en la naturaleza le habrían supuesto la muerte (depredadores, hambre…). Con esto quiero decir que no estamos genéticamente predispuestos para envejecer.

Este no sería más que un proceso degenerativo del cuerpo    que por regla general va a suponer la pérdida progresiva de la funcionalidad de todos y cada uno de nuestros órganos. Y ahí surge un problema, que es el de definir lo que es enfermedad en esta etapa vital o solo una manifestación del envejecimiento del cuerpo. Por lo que hablar de «envejecimiento saludable» parecería que es un «oxímoron»; sin embargo desde nuestro punto de vista humano, es un anhelo, o una pretensión, aún nuestros handicaps físicos, vivir lo mejor posible los últimos años de nuestra vida.

Y ahí radica el problema, en establecer límites entre lo natural y lo patológico.

Y es que cualquier órgano se atrofia a medida que envejecemos; sean las nefronas del riñón o las neuronas del cerebro, o las células del pancreas.. en un caso se reduce el filtrado del riñón, en el otro la memoria, y en el último, nos aumenta el riesgo de padecer la diabetes, ... como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo. Y lo que se pierde o no se recupera más, o lo hace con más dificultad sin alcanzar por regla general el nivel de partida. Un ejemplo clásico es la pérdida de masa muscular en el anciano, la conocida como sarcopenia (que aunque les sorprenda empieza a los 50 años, pues a esa edad ya somos viejos), que se puede prevenir, o retrasar, pero una vez que ha desaparecido el músculo la vuelta atrás es muy difícil por no decir imposible.

Lo que me ha traído hoy a hacer este amplio prólogo ha sido un consenso, unas recomendaciones para los médicos, publicado por la Sociedad Endocrina Americana y presentado estos días (16 de Junio) en la reunión anual de esta sociedad y recogido a la vez en la revista «Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism» con el título de «Hormones and Aging: An Endocrine Society Scientific Statement», en este se establecen las diferencias entre el declive hormonal normal debido a la edad o el producido por la enfermedad y cuando no se debería tratar al paciente.

Y es que el tema es tan amplio que cubre desde la diabetes, a la osteoporosis, a la vitamina D, a la menopausia, al hipogonadismo en el varón, el tiroides (hipotiroidismo)... no se escapa nada;    en fin que la edad produce cambios que hay que tener en cuenta    a la hora de tratar o no con fármacos al    paciente. El problema que subyace, es que aún siendo cambios normales debidos a la edad, el reemplazo con medicación suplementaria (por ejemplo los estrógenos en la menopausia o testosterona en el varón con hipogonadismo...) pudieran mejorar las condiciones físicas del anciano, por lo que los límites aún hoy siguen siendo difusos. Un tema que da que pensar.