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Sobre los cigarrillos electrónicos hemos hablado poco. Su interés en salud pública ha ido desde los posibles daños directos de su consumo (problemas pulmonares), su impacto en la deshabituación tabáquica y sobre todo que pudieran ser una forma de iniciarse en el hábito tabáquico.

De los riesgos del cigarrillo electrónico hablamos antes de la pandemia de la covid-19 («Es Diari» 11-2019:16). Entonces comentamos como en una encuesta del 2019 la    mitad de los adolescentes de EEUU ya habían utilizado los cigarrillos electrónicos, un porcentaje que iba creciendo. Entonces (2019) nos hicimos eco de ciertas noticias de daños pulmonares graves y muertes debidos a la utilización de estos dispositivos allá. Entonces, la causa subyacente fue el consumo por esta vía del tetrahidrocannabinol (THC) del cannabis pero de fuentes no controladas (líquidos fuera del control sanitario), destacándose en ese momento como tóxico potencial el acetato de vitamina E (un aditivo, un espesante) que al parecer se encontraba en estos productos. A partir de entonces, pues el tema aún colea, la Disease Control and Prevention (CDC) americana aconsejó a las personas que utilicen estos dispositivos acudir al médico si se presentan síntoma respiratorio agudo; evitar «vapear» sustancias que contengan THC y sobre todo si son provenientes de fuentes no controladas. No utilizarlos en personas jóvenes, mujeres embarazadas y en adultos que habitualmente no consumen tabaco.

Inicialmente el cigarrillo electrónico se difundió con la idea de que era un sistema más «saludable» de consumir tabaco que incluso podría ayudar en la deshabituación del tabaquismo, de modo que en el 2014 la prevalencia del consumo del cigarrillo electrónico era superior a la del tabaco entre los adolescentes de EEUU.

Sin embargo, la realidad no fue la esperada, de modo que su consumo en este    colectivo según la encuesta National Youth Tobacco Survey (NYTS) cayó al 14,1% en el 2022 en dicho país.

Sobre el impacto de los cigarrillos electrónicos en la deshabituación tabáquica, algo que se intuyó en su día pero no pudo demostrarse, pues según estudios (Grana RA et al 2014) al año de seguimiento los fumadores no redujeron su consumo de cigarrillos más que en aquellos que no los utilizaron, con el agravante de que los que los si los utilizaban fueron    menos propensos a dejar de fumar que los que no    a los 7 meses de seguimiento.

En concreto en los adolescentes en un estudio transversal (Dutra LM et al) en base de encuestas representativas mediante la NYTS en institutos de EEUU (2014) mostró como los cigarrillos electrónicos no fueron útiles para dejar este hábito, sino que incluso contribuyeron a aumentar la adicción. En este sentido, un metaanálisis de Khouja JN et al (2020) sobre 17 estudios comparando la utilización de los cigarrillos electrónicos frente al no uso en personas jóvenes encontró una fuerte evidencia entre su consumo y el hábito tabáquico posterior. Y este es el problema de que se haya podido convertir en una forma de acceder a este hábito.

En este sentido hoy comentamos los resultados de un estudio longitudinal reciente, el    «Population Assessment of Tobacco and Health» (PATH) publicado en «JAMA Network Open» por Ruoyan Sun et al, una cohorte de adolescentes (12-17 años) que nunca habían fumado y en la que se intentó evaluar en cuatro etapas temporales (empezando el 2013 y acabando el 2019) y de forma bienal mediante encuestas, la asociación entre la utilización de cigarrillo electrónico y el tabaquismo posterior a los dos años tras la iniciación.

Se incluyeron a 8.671 adolescentes seguidos en las diversas etapas temporales. De su análisis se demostró que existía mayor riesgo relativo de continuar fumando a los dos o tres años de su inicio en los usuarios de cigarrillos electrónicos frente a los que no, pero que en riesgos absolutos la diferencia fue escasa, indicando con ello que son pocos los adolescentes que continuarían fumando tras la iniciación independientemente de que hagan uso o no de los cigarrillos electrónicos al inicio; lo que no reforzaría la idea de que estos dispositivos electrónicos fueran la puerta de entrada del tabaquismo. Sin embargo, la principal limitación de este estudio y que a buen seguro ha influido en los resultados es la caída desde el 2019 en la prevalencia del consumo de tabaco entre los jóvenes de EEUU.