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Los ritmos alimentarios, los conocidos como ayunos intermitentes (ventanas de al menos 14-16 horas sin comer) o la alimentación restringida en el tiempo (4-10 horas tras ritmos circadianos) son algo reciente de los que se lleva hablando sin que existan unas conclusiones claras. Y es algo que preocupa a la población y que se comenta recurrentemente en los medios sin que existan unas evidencias científicas que lo avalen. Y es que revisiones sistemáticas recientes (Patikorn C et al, JAMA Netw Open. 2021) no han encontrado inicialmente diferencias entre estas y las dietas con la restricción calórica (dieta pobre en calorías) en la pérdida de peso y en los objetivos de salud evaluados.

Sí que es cierto que faltaban estudios que evaluaran la glucemia (glucosa en sangre) tras la ingesta en estos tipos de comportamientos alimentarios, un indicador de riesgo de presentar diabetes tipo 2 (DM2), algo que al parecer se modificaría más con los ayunos intermitentes que con la dietas con restricción calórica, pues, comentan, estos llegan a modificar el metabolismo de los lípidos y de la sensibilidad a la insulina.

Así, un estudio de Xiao Tong Teong et al (Randomized Controlled Trial Nat Med . 2023) del año pasado sobre 209 adultos obesos (58 ± 10 años) con riesgo de presentar DM2, demostró, como ayunos intermitentes (ayunos de 20 horas en tres días no consecutivos a la semana) con una alimentación restringida en el tiempo en la que el 30% de las calorías se consumieran antes de las 12 horas, frente a un grupo con restricción calórica, como la pérdida de peso se mantuvo más allá de los 18 meses entre ambas dietas sin diferencias. Aunque señalaron que dietas    con períodos de ayunos intermitentes más prolongados mejorarían la glucemia tras la ingesta en mayor cuantía que otras con restricción calórica.

La mejora de la tolerancia a la glucosa sería debido, comentan, a la mejora de    la sensibilidad a la insulina, de la secreción de esta, y probablemente a un vaciado gástrico más enlentecido en los ayunos intermitentes.

Dos recientes estudios publicados en Int J Epidemiol. 2023 y en Nat Commun. 2023 por Anna Palomar-Cros et al, y que son el motivo de este escrito, apunta más allá, pues valoran los ritmos alimentarios, investigando la asociación entre el horario de las comidas, la duración del ayuno nocturno y la incidencia de la DM2, en un caso; y con las enfermedades cardiovasculares, en el otro.

Así se estudiaron a 103.312 individuos adultos (79 % mujeres, 42,7 edad media la inicio) de la cohorte francesa del NutriNet-Santé (entre 2009-21). A los que les realizaron registros dietéticos diarios evaluando los horarios y la frecuencia de las comidas, promediando los dos primeros años de seguimiento.

En los 7,3 años de media de seguimiento se identificaron 963 nuevos casos de DM2; en dicho tiempo los que comían después de las 9 de la mañana (AM) tuvieron mayor incidencia de DM2 que aquellos que comían su primer ingesta antes de las 8 AM. No asociándose mayor incidencia con la hora de la última comida ni con la duración del ayuno nocturno, salvo en los que desayunaron antes de las 8 AM y el ayuno nocturno fue mayor de 13 h.   

Según este estudio un desayuno temprano prevendría la DM2.

Pero la misma población (103.389 adultos, 42,6 años, 79% mujeres de la cohorte NutriNet-Santé) se estudió para investigar si los horarios de alimentación/ayuno afectan al sistema cardiovascular, también a partir de registros dietéticos repetidos de 24 h y su asociación con el riesgo de enfermedad cardiovascular, enfermedad coronaria y enfermedad cerebrovascular.

En 7,2 años, se identificaron 2.036 eventos cardio y cerebrovasculares, 988 casos de enfermedad cerebrovascular (atac de gota) y 1.071 casos de enfermedades coronarias.

Y en este caso retrasar el desayuno (más allá de las 9 AM, frente a antes de las 8 AM) y la cena (más allá de las 9 de la noche – PM-, frente a antes de las 8 PM) aumentó el riesgo de eventos cardiovasculares, sobre todo en mujeres.

Así por cada hora retrasada a partir de la cena se asoció con un mayor riesgo de eventos cerebrovasculares; una última comida después de las 9 PM se asoció con un riesgo 28% mayor que una cena antes de las 8 PM. Y un aumento de una hora en el ayuno nocturno se asoció con un riesgo 7 % menor de enfermedad cerebrovascular, pero no con un riesgo general de enfermedad cardiovascular o de enfermedad coronaria.

Así pues, según los resultados de esta cohorte francesa de NutriNet-Santé patrones de alimentación más tempranos con periodos de ayuno nocturno más prolongado pero con una cena precoz podría prevenir la diabetes y las enfermedades cardio y cerebro vasculares.

Y sobre todo, queda claro, que de saltarse el desayuno nada de nada.