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La intolerancia a la lactosa es uno de esos temas de los que todo el mundo habla, pues preocupa, pero de los que se sabe poco y en ocasiones con ideas equivocadas. Digo esto porque se le asocia erróneamente a la alergia a la leche de vaca, y con ello que de padecerla, la ingesta de leche genere daños graves. Esto a su vez ha hecho crecer el consumo de otros tipos de leches «vegetales (zumos)» como si fueran alimentos equivalentes, incluso más sanos, cuando no lo son.

Ya comentamos hace años («Es Diari» 2019) que la leche como alimento está relacionada directamente con la evolución del ser humano. Que siendo un alimento secretado por las hembras de los mamíferos como alimento para sus cachorros los primeros meses de vida es consumido por el ser humano incluso en la edad adulta a partir de la leche de otros mamíferos herbívoros como los rumiantes (vacas), cabras... Y está relacionado con la evolución humana pues de cazador/recolector el ser humano se convirtió en sedentario y que con ello hace alrededor de 11.000 años empezara a consumir la leche de otros mamíferos.

La leche sería, por tanto, un alimento completo y equilibrado al ser fuente de proteínas de alta calidad biológica, de minerales (calcio, magnesio, potasio), de vitaminas (A, D, B12..), grasas y de lactosa necesarios para los primeros meses de vida. La lactosa es el principal hidrato de carbono (un azúcar) de la leche y de los derivados lácteos, de tal modo que por cada 100 ml de leche se consumen 5 gramos de lactosa. Este azúcar se desdobla en otros dos, en la glucosa y la galactosa en el intestino gracias a una enzima, la lactasa, que facilita su absorción en el intestino delgado.

Hablamos, por tanto, de intolerancia a la lactosa cuando la cantidad de la enzima lactasa en los intestinos es insuficiente para actuar sobre toda la lactosa que se ingiere de modo que no se absorba en el intestino; esta malabsorción de la lactosa puede producir diversos síntomas intestinales molestos en forma de hinchazón o de dolor abdominal.

Y volvemos a la evolución humana, pues en Asia la mayoría de las personas (60%-100%) son intolerantes a la lactosa, en cambio en Europa, sólo el 40% de la población estaría afecta de este problema. Por otro lado hay que tener en cuenta también que aunque a estos individuos se les recomienda que eviten la leche, muchas personas intolerantes a la lactosa no lo son del todo, y dependiendo tengan un nivel mantenido o no de la lactasa en su cuerpo, pueden consumir hasta 12 g de lactosa al día (equivalente a la cantidad de un vaso grande de leche) sin experimentar síntomas de intolerancia.

AUNQUE EXISTEN tres situaciones en la intolerancia a la lactosa; aquella con un déficit primario congénito de lactasa desde los primeros días de vida (algo muy raro); o un déficit secundario y temporal de lactasa, que ocurre tras una enfermedad intestinal (frecuente en la infancia); la causa más frecuente y presente en uno de cada tres adultos es el déficit primario adquirido de lactasa, en el que la lactasa es correcta en el nacimiento, pero a partir de la infancia progresivamente se va reduciendo hasta la edad adulta.

Por otro lado, en ocasiones («Es Diari» 08-01-2019) hemos hablado de que la leche regula el metabolismo hidrocarbonatado (glucosa/insulina), lo que se demuestra en grandes encuestas epidemiológicas que la ingesta de productos lácteos se asocien con un menor riesgo de debutar con diabetes tipo 2. Una acción relacionada con la proporción de ácidos grasos circulatorios preovenientes de grasas de la leche y sus derivados (Imamura F et al, PLoS Med. 2018 ).

En este sentido hoy traemos un estudio reciente de Kai Luo et al (Nature Metabolism 2024) que aborda de una manera «poco correcta» ambos problemas, la intolerancia a la lactosa y la diabetes tipo 2, pues relaciona aquellos con intolerancia a la lactosa, que no haciendo caso a su médico, consumían leche con la aparición de la diabetes tipo 2.

Para ello avaluaron los datos de 12.653 individuos de la cohorte del Estudio de Salud de la Comunidad Hispana/Estudio de Latinos de una importante base de datos poblacional, sobre información recabada en la nutrición, la microbiota intestinal, metabolitos en la sangre.. y la aparición de diversas enfermedades durante un período de seguimiento promedio de seis años.

En este tiempo se demostró que un mayor consumo de leche en aquellos intolerantes pero sin lactasa persistente (déficit fluctuante), se asoció con un 30 % menos de riesgo de diabetes tipo 2 y un menor índice de masa corporal (menor peso) teniendo en cuenta variables socioeconómicas, demográficas y del comportamiento.

Observaron que el aumento en la ingesta de leche se asoció con modificaciones en la microbiota intestinal (aumento de bifidobacterium, reduciéndose prevotella...) y cambios en los metabolitos circulantes en la sangre (aumento del indol-3-propionato y reducción de los aminoácidos de cadena ramificada...) que probablemente se relacionaron con la asociación entre el consumo de leche y la reducción del riesgo de diabetes tipo 2 en individuos sin lactasa persistente.

Un dato más para seguir consumiendo leche.