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Solo existimos mientras alguien nos recuerda...

En Nicaragua, hace 33 años, un amanecer lluvioso, tropical, cerca de la frontera de Costa Rica, el día 11 de diciembre de 1978 moría en combate, abatido por la Guardia Nacional del dictador Somoza, en un lugar llamado "el infierno", luchando en las filas de la guerrilla del Frente Sandinista, el comandante Martín. Con el cayeron ese día otros compañeros...Hasta aquí todo parece muy normal, un episodio más de la guerra que finalmente acabó con el gobierno que tantos años oprimió al pueblo Nicaragüense, en una habitual ya forma de vida por esas latitudes, donde el tiempo y el progreso para la gente sencilla, los campesinos, los pobres, parece detenido.No es un momento más del realismo mágico de Gabriel García Márquez.

No es una novela ni tampoco el guión de una película de acción... Esto ocurrió realmente... Pocas personas hoy en nuestro país, menos aún las nuevas generaciones, recuerdan o conocen estos hechos. Yo no los quiero olvidar.

Pocos saben o recuerdan que el comandante Martín era en realidad un misionero español, asturiano para más señas, de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús.
Se llamaba Gaspar García Laviana y había nacido en una de las cuencas mineras, el 8 de noviembre de 1941 en San Martín del Rey Aurelio...

Luchó primero con la ley y después con las armas, por los niños, los campesinos, los oprimidos... y murió con ellos... Hoy, años después... los mismos siguen sufriendo.

Emilio Chamizo

La guerra
de nunca acabar

"El hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no la guerra establecerá un final para la Humanidad". J. F. KennedyAprendí, yendo de camino: "el que anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho"; así dice Cervantes, pero la gallega que me lo enseñó dijo, simplemente: "para ver y saber, andar y leer".Bien, pues yo desde pequeño he andado (me he movido) mucho y he leído bastante también (vicio de miopes, dicen los oftalmólogos), de forma que he visto bastante (mucho menos de lo que me hubiera gustado y menos de lo que me gustaría aun) y tengo una culturita algo más amplia que la que se adquiere en los tacos de calendario o al pie de página de agenda (a pesar de lo que pueda parecer por mí comienzo).

Lo expresado por J. F. K.-que leí en un pie de página- lo había dicho yo antes en un artículo que escribí tiempo atrás (antes incluso de conocer la frasecita; ¡palabra!).
¿A qué viene esto?, se preguntarán. Pues a que la Guerra Civil española de 1936-1939 no ha terminado, y pienso, sinceramente, que ya sería hora de acabarla, aunque existen, a lo que parece, motivos para seguir enzarzados.

He dicho que he leído mucho; bueno, bastante, incluso el Quijote y la Biblia (¡el colmo!). De joven leí, entre otras cositas, las obras completas de Muñoz Seca; lo pasaba bien, eran chistosas (el "astracán", ya saben); más tarde leí a Jardiel Poncela: su humor era otro, pero a veces escribía cosas serias. Ya de más mayor he releído algo de aquello y he leído a otros muchos autores de las más diversas tendencias (de preferencia "divertentes" y viajeras) y he cambiado de opinión sobre el humor de aquellos.

A Muñoz Seca lo mataron al comenzar la contienda los de izquierdas; la verdad es que se choteó mucho de su "ideario" (la burrera no tiene ideario); pero yo he pensado, en más de una ocasión, que de no haberlo hecho aquellos, se lo habrían cargado los de derechas, de los que también se había burlado bastante.

Jardiel, en una carta que reescribió (no la terminó, y me hubiera gustado) a un periodista mejicano (de María y Campos), pretendió explicarle el cómo y el porqué del comienzo de la guerra, y de las barbaridades que se cometieron entonces, con muertes, destrozos, mutilaciones, robos, etc., etc.; según las cifras que da, uno se aterroriza.

A unos setenta años de distancia una novelista actual (Dulce Chacón) nos pone los pelos de punta, o nos mete el corazón en un puño, relatando en "La voz dormida" las atrocidades que cometieron los ganadores.

En las guerras -¡y más en las civiles!- no gana nadie. ¡Pierden –perdemos– todos!. Aquí, los republicanos –enfrentados entre las diferentes tendencias: socialistas, comunistas, anarquistas,…- se disputaron el triste privilegio de ser los más atroces, y terminada "oficialmente" la guerra, algunos se echaron al monte y pretendieron ganarla por el sistema de "guerrillas" (de aquello aún viví algún coletazo).

Perdida la primera, los vencidos sufrieron múltiples vejaciones, de gentes que se las infligían en defensa de la ¿fe?, ¿religión?, ¿moral católica?, ¿ideal patrio? Y si los primeros no quisieron, o no supieron, perdonar, los segundos tampoco. Y los guerrilleros, perseguidos con saña, perdieron la guerra por segunda vez.

Terminado el conflicto armado -¡que no la guerra!- se impone un nuevo régimen, que por aquel entonces se llamó "Movimiento", pero que no se podía decir, en alto y en público, que se trataba de una dictadura.

Poco después de la citada novela leo un ensayo de equívoco nombre -"La invasión de las suecas"- en el que se analiza detenidamente un periodo de la historia reciente de España (1957-1962; se comentan años anteriores y posteriores como referencias), y pese a la parcialidad de la exposición (lo parece), habrá que creer a los autores (Cardona y Losada), por su condición de historiadores.

Pero su lectura me ha hecho pensar: ¿Dónde estaba yo en esos años? Es imprescindible aclarar que yo no salí al extranjero hasta la primavera de 1969. Y de todo aquello –y conmigo muchos– no me enteré de mucho de lo que en el libro se cita. Claro que, entre los trece y los diecisiete años uno tiene otras ocupaciones y preocupaciones.

Hoy, cuando la crisis galopa de nuevo, tanto o más que en los años que precedieron a las guerras (civil española y Segunda Mundial) y los de después de ambas, uno se alegra de que haya fútbol y carreras o tenis. Así no se entera tanto de la crisis. ¿O sí? Ya nos lo contará alguien dentro de unos años.

Y seguiremos leyendo y viendo cosas de la guerra, que así no acaba nunca. "Tande quandum abuterat… patientia nostra".

Vicente Maiques Nadal
Valencia