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Amigo Enric

Vengo de la iglesia un poco atónito, no me lo puedo acabar de creer. Te has ido así de golpe y yo que pensaba volver para verte uno de estos días, me voy a quedar con las ganas. Lo del acto eclesiástico es solo una paradoja, con todos los respetos, todo es uno al fin y al cabo.

Lo que yo quiero es darte las gracias. Tuve la suerte de que nuestros caminos se cruzaran y me ayudaste mucho; con la casa, con la metafísica y sobre todo me diste la única oportunidad decente que he tenido en el mundo de la música. No estoy seguro de haber correspondido como debiera, un par de veces quise por lo menos decírtelo, pero tú de alguna manera esquivaste el tema y le quitaste importancia, no lo pusiste en valor (eso que ahora está tan de moda). Lo que me diste lo hiciste sin darle importancia con elegancia y bonhomía, ya sabes, Enric, la buena gente. Eres un gran ser dondequiera que estés.

Recuerdo que decías que lo que te gustaba del budismo era que te daba tiempo de enterarte de algo a través de múltiples vidas, porque en una sola, en cuanto te das cuenta, ya te estás yendo.

Me da un cierto reparo decir estas cosas en un periódico, pero creo que debo hacerlo, sobre todo por los que quedan, para que sepan que tú y tu esfuerzo han sido valiosos y apreciados.

Espero que en las curvaturas del espacio-tiempo nos volvamos a encontrar y que de alguna forma nos reconozcamos.

Buen viaje, Enric, hasta siempre.

Miguel Aranda Bey
Maó