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Es admirable comprobar la cantidad de voluntarios que se encuentran por estos mundos de Dios. Mujeres y hombres que determinan hacer de sus vidas y por propia voluntad parte de los demás de un prójimo que siempre debe agradecer su servicio.

Los he visto acompañando a enfermos sentados en las consultas médicas a cambio de una mirada por parte del enfermo explicándole de su recorrido por la vida. Los he visto repartiendo la cena en geriátricos a cambio de sentirse correspondidos al limpiarles con mimo inusitado su rostro. Otros escuchando en atardeceres de frío invierno junto a una mesa camilla mientras saboreaban un café con leche y un pedazo de coca casera.

Los hay que se dedican a recoger ropa, lavándola, repasándola a punto de ser llevada. Y cuántas almas caritativas se desprenden de sus cosas que le satisfacían entregándolas a los que nada tienen. Admiro los bancos de recogida de alimentos sin ser protagonistas de nada de lo contrario ya no es voluntariado, todo lo contrario.

Y así podría ir escribiendo una larga lista, mas en esta ocasión mis aplausos van dirigidos a un colectivo humano que ha devuelto la fisonomía de un tramo de la carretera des Castell. El viejo molino ha despertado de un aletargado sueño ruinoso, envuelto en malezas. Hoy gracias a los perseverantes de Es Castell, a su alcalde y corporación, Menorca entera se siente orgullosa de la esplendida figura del molino, el mismo que durante siglos vio pasar a soldados de a pie, caballerizas, las galeras que unían Mahón con Villacarlos, los coches de Roselló los primeros en disponer de la línea, bicicletas y un largo peregrinaje.

Una vez más felicitar a los restauradores del molino, por su buen hacer, su buen gusto y amor por nuestra identidad.