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Cuando era más joven, me exasperaba la maldita rutina, pero con el paso de los años reconozco que cada vez me he ido sintiendo más cómoda con ella. Hasta el punto de añorarla enormemente cuando, por alguna razón, desaparece de mi vida.

El 2014 no ha sido el mejor año de mi vida, en él varias historias de hospital me han obligado a darme cuenta de que a ciertas edades la rutina es la mejor forma de vida que existe. Ya no me resulta para nada aburrida. Y es que son muchas las ventajas al estar jubilada: levantarme cuando de verdad se me ha terminado el sueño, sin preocuparme de llegar tarde al trabajo; desayunar sin prisas en mi pequeña terraza con la prensa, si me apetece; darme un paseo por el jardín para observar junto a mi marido la cantidad de flores que tiene la margarita o los geranios, lo verde y hermosas que están las conocidas como hojas de salón que me ocupan toda una pastereta, justo debajo del ficus de hoja pequeña que les da sombra y las protege de los vendavales.

A nuestras edades son las pequeñas cosas de la vida las que nos alegran el día, esas que cuando trabajamos no solemos tener tiempo de disfrutar o apreciar. Como el canto de un negro y rollizo mirlo negro que me despierta cada mañana junto a la ventana de mi dormitorio. En verano comiendo las uvas que cuelgan abundantes en el parral o esos atardeceres maravillosos cuando ya el olor desaparece para dar paso a una agradable brisa que nos reconforta. Incluso, cuando en las tardes lluviosas de otoño el temporal se obstina en no dejarnos salir pero nos permite contemplarlo detrás del cristal de una ventana, como venerándolo, observando el incesante traqueteo de la lluvia que nos invitan a la melancolía; ¡que también es un sentimiento! que a veces viene bien para recordar a las personas queridas que ya no están con nosotros. Ese recogimiento invernal nos permite poner en orden nuestros pensamientos y nuestros casi olvidados sueños pueden asomar.

También viene bien para escribir. Con frecuencia me encuentro personas, a veces conocidas y otras no, que me preguntan por qué no escribo. Me reconforta que me hagan saber que echan en falta mis pequeños artículos sobre las cosas de la vida cotidiana. En realidad, siempre escribo algo, aunque sea en el Facebook, lo que pasa es que no publico en el MENORCA . No sé muy bien si es que me he vuelto perezosa, el caso es que me doy cuenta que estoy perdiendo el hábito y la necesidad de escribir. Pero ya me estoy preparando para que el 2015 sea el año de mi regreso a las páginas del diario, si es que me quieren publicar claro.

Por otro lado, estoy preparando unas memorias, que van para largo; sobre todo para que mis nietos puedan conocerme mejor cuando yo ya no esté. Y me gustaría editar un libro con mis principales narraciones cortas; o sea, que proyectos tengo. Luego Dios dirá.