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La asamblea que ayer celebró la CUP no desencalló la investidura de Artur Mas para seguir en la presidencia de la Generalitat de Catalunya. La decisión ha quedado aplazada por el milimétrico empate en la última de las tres votaciones, en las que siempre se impuso el rechazo a Mas. Ahora corresponde al grupo parlamentario de la CUP –formado por diez diputados- resolver esta insólita situación, fuertemente contaminada por los resultados de las elecciones generales del 20 de diciembre.

La CUP es víctima de su bisoñez a la hora de adoptar decisiones trascendentales, lastrada por sus prejuicios iniciales, que la han conducido al laberinto político del que no sabe salir. La decisión sobre la investidura de Mas se ha convertido en un emblema para esta formación asamblearia, que tras el fiasco de ayer trata de ganar de tiempo para hallar una salida para salvar su profunda división interna.

Mientras, se retrasa la constitución del nuevo gobierno de la Generalitat y se acentúa la amenaza de otra convocatoria electoral en Catalunya. Aumentan las incógnitas, porque la respuesta que la CUP dé a Junts pel Sí condicionará el apoyo en el nuevo Congreso de los Diputados a Rajoy o a Pedro Sánchez. Todas las hipótesis caben en el complicado tablero de la política española después del 20-D.