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El Día Internacional de la Mujer se ha convertido en una jornada reivindicativa del feminismo, que exige la equiparación de derechos entre hombres y mujeres, y la desaparición de la discriminación en todos los sectores. El movimiento 8-M ha situado el papel de la mujer en el centro del debate, porque hay, todavía, numerosos países, culturas y religiones que sitúan al hombre por encima de la mujer.

Miles de mujeres, también hombres, se manifestaron ayer para reclamar otra forma de asumir la condición femenina para equipararla a la masculina. La violencia de género es la expresión más cruel del machismo, pero hay otras muchas realidades en las que persiste una dolorosa diferenciación entre uno y otro sexo. La brecha salarial, la igualdad de oportunidades, el acceso a los puestos de dirección y la imposición de los roles sociales también evidencian la exclusión de la mujer.

La jornada de este año se ha visto contaminada por la campaña electoral, que ha impedido ofrecer una imagen de unidad política, siendo utilizada como arma arrojadiza entre derecha e izquierda. Esta división no debe desviar la atención sobre el objetivo del 8-M: acabar con la discriminación de la mujer.