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La detención, en Palma, de un padre que azotaba a sus hijas de doce y catorce años por negarse a seguir los ‘preceptos’ de la religión musulmana, mientras que la madre consentía, revela unos comportamientos que deben ser erradicados en una sociedad que practica la tolerancia y el respeto. Los servicios sanitarios y sociales alertaron a las autoridades sobre la conducta de estos padres, que habían concertado el matrimonio de la hija mayor en su país de origen, Guinea.

El integrismo religioso no puede amparar ni justificar el uso de la violencia. Debe ser denunciado y erradicado. Lo ocurrido en esta familia guineana residente en Mallorca constituye una seria advertencia para extremar la vigilancia sobre estos fanatismos y fundamentalismos, incompatibles con una sociedad adulta, abierta y democrática que rechaza las coacciones.

No es fácil detectar estas conductas que derivan en abusos, agresiones y violencia -física o psicológica- sobre todo cuando se dan el ámbito familiar.

Algunos países europeos ya actúan con contundencia frente a postulados integristas, incluyendo la vestimenta en los espacios públicos. El uso de la violencia constituye una línea roja que no se puede rebasar nunca.