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El presidente del PP, Pablo Casado, anunció ayer su decisión de no apoyar otra prórroga del estado de alarma en el debate de mañana en el Congreso, lo que deja en una posición muy comprometida los planes de desconfinamiento del Gobierno. Aunque todavía queda la opción de que los populares opten por la abstención, lo cierto es que en las últimas semanas los apoyos a la estrategia del presidente Sánchez contra la covid-19 han caído por parte de sus propios socios, en especial desde las filas del nacionalismo e independentismo vasco y catalán.

Hace ya dos semanas que se le advirtió a Sánchez que las alocuciones del sábado al país no eran una vía de interlocución política, una queja desde los grupos políticos en el Congreso y de las comunidades autónomas. Esta actitud no se ha corregido desde La Moncloa, quizá con la pretensión de capitalizar el retroceso de la pandemia con fines electorales. La presión sobre el PP para que modifique su decisión no puede desviar la atención sobre la raíz del problema, la falta de empatía del presidente Sánchez con sus propios socios. El cesarismo de Sánchez puede acabar generando una enorme fractura. El fin del estado de alarma y el traslado de la ejecución del desconfinamiento a las autonomías entraña serios peligros. La torpeza política del Gobierno y su presidente no merece añadirse como un castigo más a la sociedad española.