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El peculiar sistema electoral de Estados Unidos está demorando los resultados en la carrera hacia la Casa Blanca entre Donald Trump, que pretende la reelección, y el aspirante. El triunfo de uno u otro candidato será más ajustado de lo que vaticinaban los sondeos, que han cosechado un estrepitoso fracaso. Estas elecciones constatan, de nuevo, la profunda división social y la polarización política de los estadounidenses en torno a los partidos republicano y demócrata.

Trump anuncia su victoria al mismo tiempo que denuncia el fraude en las urnas, un contrasentido que sólo se explica conociendo de antemano que los republicanos han perdido en alguno de los feudos tradicionales y que el voto por correo no parece que le vaya a ser muy favorable. Se pone la venda antes de la herida porque la victoria no está tan cercana como podía parecer tras en triunfo en Florida. Los recuentos en Wisconsin y Michigan serán decisivos; aunque es probable que se prolonguen durante días. Y luego vendrá la dura batalla legal de los republicanos, cuya versión más peligrosa sería si la pugna se traslada a las calles, Trump o Biden serán los protagonistas de una de las etapas más agitadas de las últimas décadas en todo el mundo.